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Carol Murillo Ruiz

Una transición sin adulos

01 de mayo de 2017 - 00:00

Luego de una campaña sui generis que exhibió la radiografía insensata de unos emisores virtuales sin ánimo de pensar, entender y hacer la política y, además, de una ¿ciudadanía? que aguanta cualquier cosa como sinónimo arbitrario de libertad, asistimos hoy a una etapa de transición gubernamental que requiere de estímulos y aportes de actores políticos y sociales dispuestos a enfrentar la realidad y no sus mitos.

La conducta del candidato perdedor y de sus circunstanciales aliados, por ejemplo, refleja que no llegan a discernir qué pasó exactamente con su estrategia para ganar las elecciones, pues la telenovela del fraude no alcanzó para redondear su animadversión anticorreísta. Por el contrario, al no asumir con criticidad la carga emocional que previene al votante, se olvidan que lo sobresaturaron de mentiras, ofertas, turbación y odio. Después de diez años de un proceso que tiene mucho que mostrarle a la gente, montar una arenga para negar obras, servicios y orgullo nacional se convirtió en una forma idiota de subestimar el espíritu popular y no ponderar esa vieja costumbre que tenemos de comparar –empíricamente- lo falso de lo verídico. (Hasta Nebot, desde su nido socialcristiano, advirtió la diferencia entre una cara y una careta).

Hoy, la transición de un gobierno a otro parido del mismo vientre político nos acerca a una experiencia inédita en el país. Ya medios y políticos empiezan a especular cómo será –o debería ser- el método con que Lenín Moreno se desmarca del sello correísta que lo antecede. Y le ofrecen consejos para romper con esa afrenta que, según ellos, no dejará fluir la noción de democracia que se practicaba aquí antes de la revolución ciudadana. Esas recomendaciones, no carentes de hipocresía y ganas de conducir a la opinión pública que no sigue, paso a paso, los intríngulis de la política, contienen también la hipotética sospecha de que Moreno es maleable al poder mediático que lo degradó, de distintas maneras, durante la campaña. Tales consejos de medios y políticos apuestan hoy a ‘reconsiderar’ su (solapado) desprecio si el presidente electo relativiza la actitud rotundamente política de quienes hoy hacen comunicación privada.

Una apuesta que habría que evaluarla con recelo. Hoy existen algunos medios y políticos arrinconados por el resultado electoral y en un escenario que suponen –o desean- por completo post correísta, esperan rearticular su rol y su influencia.

En ese contexto, creo que Lenín Moreno no es un político de plastilina que cualquier interlocutor ha de manipular a través de ideas cargadas de prejuicios y lo digo porque su próximo gobierno –precedido por una transición de intercambio de información y proyectos en marcha- es parte de un ideal social específico, es decir, no es en estricto rigor un “período de cuatro” años más, sino la continuación de un modelo liderado, desde el 24 de mayo, por un talante diferente.

El estilo ha sido la impronta de Rafael Correa durante una década. El estilo de Lenín Moreno está por revelar que su soporte político y espiritual sabe y puede detectar las falacias y los adulos de ocasión. Que así sea. (O)

 

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