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Carol Murillo Ruiz

Una campaña reveladora

13 de febrero de 2017 - 00:00

Cuando se ha vivido varios procesos electorales y mirado los cambios tecnológicos de los últimos años y las consecuencias que su irrupción provoca en las distintas capas sociales, hay lugar para decir que la actual campaña ha sido reveladora y muestra, de una manera insólita pero real, lo que los jóvenes sienten (no necesariamente piensan) de la política en general. Es un distanciamiento -explicable- que no solo atañe al modo como se han llevado los discursos y ofertas electorales, sino a la matriz generacional de los candidatos. Por eso, no importa si dos de ellos son muy jóvenes y utilizan gestos y códigos de una generación aparentemente harta de los viejos; lo que interesa es que varias de sus propuestas contienen un altísimo grado de conservadurismo que ni un anciano haría, por ejemplo: plantear la pena de muerte o declarar el día de la Biblia en Ecuador. ¿Qué juventud es esa? ¿Podrida por el moralismo social que nos dejó el colonialismo y que sobrevive gracias a la indigencia ideológica de todas las tendencias?

La mayoría de los candidatos habla para un país que no existe más, sobre todo en lo material. Habla para las gentes que no se han preocupado de comparar el pasado y el presente; amén de la desmemoria social que los mismos políticos, los mass media y los pensa de estudios se han encargado de ‘resetear’ en las mentes de los individuos. Así, se mitifican unos hechos y se reducen o evaporan otros, con el objetivo de reinventar la historiografía y esconder la historia social de pueblos y élites en constante confrontación y contradicción que -casi siempre- se resuelven en luchas, revoluciones o guerras. Tan arraigado está el deseo de purgar el modelo democrático, que los sectores sociales altos todavía (hoy) se aterran al oír ideas sobre las clases sociales y su inconformidad histórica. Peor aún: ¡de nada de eso se puede ni se debe hablar en campaña!

Pero sí se puede hablar, hasta el vértigo, de los defectos de los contrincantes. De la desmesura política de darle al Estado la dimensión pública que incluso los mismos liberales clásicos le dieron un día. De la corrupción que viene incluida (plusvalía) en las raíces del capitalismo. Pero, para los fines del desmadre político, es mejor hablar de nombres y no del Estado y el sistema económico. ¡De esa manera se facilita el asco y la apatía de la mayoría! ¿Y aún se preguntan el porqué de la indecisión de los votantes?

La realidad del país es otra y, aunque la cultura política es débil, hay en el ambiente una certeza: la pedagogía de Rafael Correa -gran comunicador de la res publica- dio al ejercicio de gobernar una dimensión social evidente. Acercó a las personas al funcionamiento concreto de las instituciones, al intrincado mundo de las decisiones políticas y administrativas, verbi gratia, cómo se financia y equipa un hospital, o cómo se planifica y construye una hidroeléctrica y para qué sirve. Cosas, en apariencia, mínimas, pero valiosas en la vida cotidiana de la gente.

Muchos candidatos detestan la pedagogía política, prefieren el escándalo que lleva a la indecisión electoral; pero quizá allí esté la razón de por qué, otra vez, perderán las elecciones. (O)

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