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Gleisi Hoffmann

Columnista invitada

Un año de tragedias y mentiras

02 de septiembre de 2017 - 00:00

Cumple un año la farsa montada para el alejamiento definitivo de Dilma Rousseff de la Presidencia de la República. En este período asistimos horrorizados a un proceso de reducción del Estado sin precedentes en nuestra historia. Para cumplir a raya lo que se proponían, el PMDB y el PSDB se embarcaron en aprobar una agenda retrógrada conducida por la banca nacional y Wall Street, retomando así una desastrosa política económica que sofocó y quebró al país tres veces en los mandatos de Fernando Henrique Cardoso. En el Brasil de los golpistas, el poder político se tornó mero coadyuvante del poder financiero.

La destitución de Dilma Rousseff fue el punto de partida de la estrategia entreguista del consorcio golpista. No bien asumió, Michel Temer consiguió aprobar un proyecto del PSDB para hacer cambios en el presal -que ya habían sido denunciados en los documentos de WikiLeaks durante la campaña de 2010–. Enseguida, el Congreso aprobó la enmienda constitucional 95, una aberración presupuestaria que congeló los gastos en salud y educación por dos décadas. Como si no fuera suficiente, suspendieron los reajustes de Bolsa Familia, terminaron con el programa Farmacia Popular y diezmaron el conjunto de leyes laborales (CLT, Consolidación de Leyes de Trabajo), terminando con derechos conquistados durante el gobierno de Getulio Vargas.

En esa tentativa loca de vender Brasil a cualquier costo, Temer y sus socios no perdonan ni la Amazonía, y prometen liberar la extracción mineral en áreas de preservación ambiental. Un paquete de privatizaciones lanzado recientemente prevé también la venta de la Eletrobras, una empresa de energía estratégica para nuestra soberanía y hasta la Casa de la Moneda, que emite los billetes de reales. Ni hablar de la rapidez con la que intentan votar una reforma previsional este año, que en nada beneficiará a la mayoría de la población, dependiente de la jubilación. Y lo más increíble es que todo eso ocurre con un silencio cómplice de aquellos que salieron a las calles para pedir la salida de la presidenta Dilma.

Las dificultades actuales son tan agudas como las de la crisis económica de 2008. Pero la diferencia es que en aquel momento el presidente Lula enfrentó la coyuntura de manera altiva, estimulando el consumo interno y promoviendo inversiones en infraestructura a través del Programa de Aceleración de Crecimiento (PAC). Durante ese período conseguimos sacar a 36 millones de brasileños de la pobreza, asumiendo la responsabilidad de iniciar un proceso que asegure garantías constitucionales como educación, salud, asistencia y seguridad social. Subimos un escalón social, pero que nada valió ante los pasos que dimos para atrás con la alianza golpista. Temer y sus socios tendrán que explicar esas medidas a la población durante los comicios del año que viene.

El PT ya probó que tiene un proyecto de país y de nación volcado hacia todos los brasileños y brasileñas. Un proyecto que preserva los derechos de las minorías, distribuye el ingreso, genera empleo y hace inversiones fuertes en todos los sectores de la economía y que no es conducido por técnicos del Ministerio de Hacienda, sino por personas con sensibilidad social y responsabilidad con la soberanía del país.

De acá a un año, Lula estará en campaña defendiendo esas banderas. Con él, volveremos a tener crecimiento económico, distribución del ingreso, más empleo, mayor acceso a las universidades, programas de infraestructura e inversiones como Mi Casa Mi Vida. Y, más aún, las decisiones políticas de Brasilia estarán por encima de los intereses del mercado financiero de aquí y de Wall Street.

* Senadora y presidenta nacional del PT.

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