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Gustavo Pérez Ramírez

Tras el fracaso de la refrendación de los acuerdos de La Habana

11 de octubre de 2016 - 00:00

“No se puede desatar un nudo sin saber cómo está hecho”. Máxima atribuida a Aristóteles, que viene como anillo al dedo para el caso del Plebiscito en Colombia,  que el 2 de octubre culminó sorpresivamente, más enredado que un nudo gordiano.

El problema está encriptado conceptualmente en dos palabras interrelacionadas de la pregunta plebiscitaria: “¿Apoya usted el acuerdo final para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera?

En primer lugar, la justicia social en que se basa la construcción de la paz verdadera, postula cambios estructurales sistémicos profundos que tienen que ver con el modo de producción y de distribución de la riqueza, inalcanzables dentro de un sistema político y económico neoliberal.

En segundo lugar, la definición del conflicto no puede circunscribirse al enfrentamiento con las FARC, si su solución ha de llevar a una paz estable y duradera, porque se excluyen innumerables víctimas del conflicto, enraizado desde 1946, cuando oligarquías políticas liberales y conservadoras  emprendieron el exterminio del pueblo gaitanista que venía empoderándose para la toma del poder, guiado por Jorge Eliécer Gaitán,  cuyo legado ha sido objeto de una campaña de aniquilamiento. Y deben tenerse en cuenta el ELN, el EPL y otros actores del conflicto.

A su vez se tergiversa a las FARC, considerando que son las únicas responsables del conflicto, como que no hubieran estado en confrontación bélica con el Estado; se las califica de terroristas, pretendiendo salvar a las oligarquías políticas y económicas de toda culpa en la violencia estatal que no cesa.

Surge del subconsciente religioso popular ira y odio por los Acuerdos con las FARC, atizados por promotores del voto NO, que exacerbó la indignación de  ciudadanos,  determinándolos a votar emocionalmente, considerando desmesuradas las concesiones a la guerrilla, como el derecho a la elegibilidad para cargos de Gobierno, que pondrían en peligro los valores de tradición, familia y libertad de los colombianos.

No obstante, es un gran logro la forma como está culminando el proceso que transformó las Autodefensas Campesinas, que se mantenían en  armas después de la violencia partidista de los años 50, en Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo, después del inconsulto bombardeo de marzo de 1964 a la agreste zona montañosa donde se habían refugiado. Cierto, su opción por la violencia generó más violencia y destrucción. Sin embargo, en los diálogos de La Habana durante más de 4 años, fueron reconociendo que la vía armada no conduce a la paz, optaron por la política y la palabra para su construcción y han pedido perdón.

Estando la situación como está, después de recorrido un largo camino para llegar a los Acuerdos, y teniendo por delante un arduo viaje para la construcción de la paz, que se llegue a una pronta solución que permita seguir la marcha; en el camino se arreglan las cargas. Se corren graves riesgos  posponiendo la refrendación de los Acuerdos. (Viernes 7 de octubre). (O)

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