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El Telégrafo
Aminta Buenaño

Rubén Darío, sus amigos ecuatorianos y un amor secreto

06 de octubre de 2017 - 00:00

El poeta nicaragüense Rubén Darío ha tocado algunas claves y acordes de mi vida, como seguramente lo ha hecho con muchos amantes de la literatura. Tiene una voz que acompaña cualquier sentimiento y cualquier expresión de rabia, de dolor, de nostalgia. Esa "humana energía", esa "sensual hiperestesia humana", "esa hambre de espacio y sed de cielo" que todos alguna vez sentimos, esa potencia nacida de una desgarradora y sincera sinceridad ("por eso ser sincero es ser potente", declara); esa firme convicción de salvarnos a través del arte, hace que muchos comulguemos y nos sintamos correligionarios de su credo poético. Jorge Luis Borges, el poeta ciego, así lo reconoce: "Todo lo renovó Darío: la materia, el vocabulario, la métrica, la magia peculiar de ciertas palabras, la sensibilidad del poeta y de sus lectores. Su labor no ha cesado ni cesará. Quienes alguna vez lo combatimos, comprendemos hoy que lo continuamos. Lo podemos llamar libertador".

Incluso los poetas posmodernistas más recalcitrantes reconocen su deuda con Darío, con su legado. Y concuerdo plenamente con la tesis de Jorge Luis Castillo en su artículo ‘Rubén Darío en el imaginario posmodernista’ en el sentido de que "el posmodernismo hispanoamericano no es únicamente un rechazo del modernismo, sino una ampliación o un relajamiento, una relativización de sus supuestos metafísicos, para poder acercar el arte al conflictivo mundo de la modernidad histórica…".

Incluso muchas veces en ese ir y venir de los reflujos y mareas de la vida, en esas sinrazones de la política, la diplomacia y la literatura, en esas humanas miserias en que, en palabras de Darío, una se asoma "desde las sombras de su propio abismo", en que el cinismo y la maldad carcomen el espíritu, aquel breve tratado filosófico poético de Rubén Darío, La Calumnia: "Puede una gota de lodo/sobre un diamante caer; / puede también de este modo/ su fulgor oscurecer;/ pero aunque el diamante todo/se encuentre de fango lleno,/el valor que lo hace bueno/no perderá ni un instante,/y ha de ser siempre diamante/por más que lo manche el cieno"; me ha salvado y me ha devuelto la fe.

Rubén Darío considerado "el Libertador", por Borges, porque fue el emancipador de las letras hispanas caídas en el anquilosamiento en un período caracterizado por luchas independentistas en América latina, fue el creador del movimiento revolucionario en su tiempo, llamado el modernismo. De su influencia surgió la Generación Decapitada, ese grupo que revolucionó la poesía ecuatoriana con su exquisita sensibilidad y su amargo spleen. Admiradores del gran Rubén fueron Medardo Ángel Silva, Ernesto Noboa Caamaño, Arturo Borja y Humberto Fierro, quienes, a más de enriquecerse con la poesía simbolista y parnasiana, se sintieron marcados por el hechizo del nicaragüense.

Pero así como los decapitados sintieron la influencia de la poesía de Darío, el poeta nicaragüense también fue influido por ecuatorianos. El escritor Alejandro Carrión reconoce que Juan Montalvo fue "el maestro de las primeras letras de Darío". Jorge Carrera Andrade, en su artículo ‘Rubén Darío y el Ecuador’, señala que el nicaragüense leía y reconocía las excelencias del poema épico escrito por "el vate altísimo del Guayas" -como Darío llamó a J.J. de Olmedo-, en honor a Bolívar. Darío tuvo otros grandes amigos ecuatorianos y un inspirado affaire con una guayaquileña del que quedó como una hoja al aire una poesía traviesa desconocida por muchos de los estudiosos del ‘Padre del Modernismo’. Esta joven guayaquileña se llamaba Rosita Sotomayor, quien acostumbraba llevar un álbum en donde figuraban poemas de autores famosos, como Núñez de Arce, Juan Valera, Marcelino Menéndez y Pelayo. Rubén le dedicó un poema laudatorio y juguetón en donde incluso Leonidas Pallares, su gran amigo y diplomático quiteño, aparece como personaje en un verso. Rubén Darío también conoció a políticos, como los presidentes Eloy Alfaro y Leonidas Plaza. Del ‘Viejo Luchador’ escribió en El Porvenir de Managua, 11/6/1885: "Ese legendario luchador a quien he conocido con intenso placer y cuya mano he sentido entre la mía, con una especie de veneración gozosa…".

Rubén Darío, cercano a Ecuador, hizo de la integración su credo propio. Seguiremos hablando del tema. (O)

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