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Alfredo Vera

Revoltijo de atracos

07 de febrero de 2017 - 00:00

Cada día y a cada hora, nos enteramos de una inmensa cantidad de denuncias y contraofensivas, que haría pensar que, a estas alturas del partido electoral, no queden ya títeres con cabeza.

No solo se practica esta andanada de denuncias al interior de las fronteras, sino que se desborda hacia el exterior, motivada ella por el interés natural que estos procesos generan, sino también por el enorme impacto que el régimen ecuatoriano ha despertado a nivel mundial, en esta década en la que irrumpió con un éxito inusual, en varios organismos regionales y mundiales.

Es una verdadera campaña de destrucción masiva de la imagen de los contrincantes, con dedicatoria particular para los miembros del régimen gubernamental.

Se dice tener pruebas convincentes con relación a las denuncias, pero es evidente que se está usando como mecanismo de promoción electorera. Sería loable este baño de la verdad, si es que se pudieran presentar pruebas contundentes ante los órganos de justicia, para sanear la moral pública.

Desgraciadamente, mucho parece indicar que solo se trata de promociones electoreras para intentar cosechar réditos, en beneficio de las candidaturas que ya no tienen ofertas atractivas para captar apoyos electorales.

Cada vez son mayores las imputaciones a los centros promotores de la corrupción, cuyos usufructos se desviarían hacia los malhadados paraísos fiscales, donde se pretende ocultar las fortunas vergonzantes y repugnantes.

Parece que la firma brasilera Odebrecht es una de las empresas que mayor daño le ha hecho a las naciones donde ella había logrado penetrar, desparramando coimas y sobornando a sectores públicos y privados, introduciéndolos en la práctica del soborno y del chantaje.

En Ecuador, la huella de la corrupción está a la orden del día, y si esta vez no se logra castigar con ejemplar rigor a los partícipes de este revoltijo de atracos, de envilecimiento de la ética y de corrupción sistemática, no tendremos mejor oportunidad para poner en vereda a los practicantes de tanta ignominia.

Lo más grave de este infierno de la corrupción es que muchos jóvenes piensen que es un camino fácil para solventar un modus vivendi, digno de imitarse.

Esta ola siniestra, que es un verdadero tsunami de la falta de escrúpulos y de la destrucción de la moral, debe ser frenada, cuanto antes, mejor, para evitar que se entronice en nuestro medio.

La Contraloría, la Fiscalía y el Poder Judicial tienen que revestirse de una fuerza moral contundente, caso contrario, nuestra sociedad perderá los controles y el país entero será víctima de una destrucción moral que arrasará con todo vestigio de confianza general.

Ya no solo hay que fiscalizar y controlar los ingresos que perciben los altos funcionarios públicos, sino que también hay que hacerlo con los familiares de aquellos.

Que el país aproveche de esta oportunidad para que las autoridades correspondientes registren todas las denuncias que se están endilgando, unos a otros, para hacerles un riguroso examen y una perseverante indagación, para no dejar pasar un solo caso sin exhaustiva revisión, para castigar, como corresponde, a los culpables y a los cómplices de esta perniciosa conducta. (O)

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