Lo dijo Martí. Y lo practica la valiente Dilma Rousseff, primera presidenta de Brasil y cuarta de América del Sur. “Resistiré hasta el último día. No cometí ningún crimen. Y si renuncio entierro viva la prueba de un golpe sin base legal, que tiene como interés enterrar las conquistas de los últimos trece años”, expresó poco antes del inicio del juicio político de destitución el pasado 11 de mayo, apartándola del poder durante 180 días, en los cuales el Senado discutirá si cometió crimen contra el Estado por alterar las cuentas públicas. Un proceso carente de base jurídica, politizando la justicia. Sometida a la votación, el resultado fue elocuente: 55 a favor, 22 en contra. Aunque no fue sorpresa. Es el contubernio del imperialismo, la oligarquía y la gran prensa nacional. Los mismos que originaron los problemas políticos-sociales de mediados del siglo pasado que hoy se han propuesto acabar con los gobiernos progresistas de nuestra América Latina. Haciendo un poco de historia, la oposición la acusó de haber cometido “un crimen de responsabilidad política”, al utilizar préstamos de bancos estatales para ocultar déficits presupuestarios en 2014 y 2015. En más de 2.000 millones de dólares, apoderados por políticos del Partido de los Trabajadores y sus aliados.
El gestor de la denuncia y su impulsor fue el diputado Eduardo Cunha, suspendido de su cargo como presidente de la Cámara Baja por tratar de obstruir investigaciones en su contra vinculadas al escándalo de Petrobras. Un hombre muy rico, considerado como uno de los políticos más poderosos y astutos del país, resentido con el Gobierno porque no lo defendió. Asumió la Presidencia de la República el exvicepresidente de la República Michel Temer, de 75 años, exinformante de la embajada de Estados Unidos. Con un gabinete ministerial integrado exclusivamente por hombres, empresarios y de la alta oligarquía. Casi todos desprestigiados moralmente, acusados de actos de corrupción, perseguidos por la justicia. Con aires de grandeza. Ningún académico. Ninguna mujer ni afrodescendiente.
Decidido a llevar a la práctica un programa neoliberal. Da la sensación de que el país ha regresado al siglo pasado. “Es impresionante cómo una simple decisión administrativa acabó con una democracia que tiene trece años en el poder”, comentó Ernesto Samper, presidente de Unasur. Luego de que fue suspendida de sus funciones, Dilma hizo un pronunciamiento político y, con mucha dignidad, abandonó la presidencia, acompañada de los movimientos sociales que la respaldan.
Así concluye una nueva etapa política de Brasil, y de una presidenta constitucionalmente electa, que seguirá manteniendo su liderazgo político con honradez y dignidad. Nacida el 14 de diciembre de 1947, hija de madre brasileña y de padre búlgaro, formó parte en la guerrilla contra el régimen militar que la torturó y condenó, permaneciendo presa durante tres años. Libre, se graduó de economista, desempeñando numerosos cargos públicos, principalmente en el gobierno de Lula da Silva. En marzo de 2010 resultó elegida presidenta de la República asumiendo el cargo el 1 de enero de 2011. Reelecta en octubre de 2014. Se vio obligada a enfrentar numerosos actos de corrupción. Lo expuesto nos lleva a concluir que Dilma ejerció el poder en una época de graves crisis económica-social, fundamentalmente machista. Que enfrentó a una prensa discriminativa, también machista.
Un año después de su posesión, en el período anterior, el diario El País, de Madrid, publicó un artículo titulado ‘Manda ella’ en donde decía: “Ya nadie recuerda que la noche de su victoria electoral, casi todos los medios brasileños hablaron de ‘la victoria de Lula’, ignorando a la propia vencedora”. Nuestra solidaridad permanente para Dilma. “Símbolo de la mujer combatiente revolucionaria de nuestro tiempo”. (O)
