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Juan Montaño Escobar

Reflexiones sobre el Comandante

30 de noviembre de 2016 - 00:00

Nosotros (en sentido mayestático) no somos cubanos, estamos de este lado del mar y unos pocos días en la isla no califican para el escrito panegírico. Sabemos por lecturas y conversaciones de epopeyas y errores del Comandante, pero nuestro aprecio es romántico o sea ese sentimiento cimarrón invencible a la mínima deslealtad. No nos han vencido o convencido los dogmatismos y sectarismos de izquierda ni los espectáculos malafesivos de las derechas. El fidelismo romántico personal continúa. Más vale eso, hermanos y hermanas, una carga de romanticismo básico, inteligente, plural, si ustedes quieren frágil, pero de honestidad vulgar, pata al suelo, barriobajera. Así es, somos románticos y las muchas empatías y simpatías (en necesario plural) forjan, entre verdades y dudas, nuestras convicciones. Aquellas de los primeros años hasta estas de los últimos.

El viernes pasado ¿murió? aquel que se metió en todas las conversaciones juveniles, unas para aplaudirlo y otras para criticarlo, fue inmune a la indiferencia popular. Su país comenzó a correr recién a inicio del siglo pasado, esquivando dentelladas del viejo colonialismo español y del nuevo a solo 90 millas. Y cuando vinimos a ver ese ‘rabo de nube’ de voluntad propia era cosa mundial. Imitable en África, Asia y hasta en Europa. “Pero si es una islita”, compartíamos asombros y la fe colosal de la simpatía colectiva se tensaba temiendo cualquier fracaso. En el Congo de los 60, Cabo Verde y Guinea Bissau de inicios de los 70, Angola y Etiopía de los 70 y 80, nos refieren a un pueblo cimarrón. La islita de Oshum (la Virgen de la Caridad del Cobre), Oggum y Shangó, solidarios hasta compartir aquello que no sobra. Ni este jazzman entiende ese equivalente al cristianismo o a cualquier otra religiosidad, que tiene el noble coraje de mostrar empatía sin alardes de nada. Eso inculcó el cimarrón mayor.

Al Comandante lo escuché en la radio casera de marca Philco, en la cuarta banda, ahí Radio Habana peleaba dial a la VOA (Voice of America). Esa edad de escolar sin TV me había llevado a la radio. “A continuación escucharemos al comandante en jefe Fidel Castro…”. Un carajo, no entendía eso de reforma agraria (el INRA), nacionalización (la Esso petrolera) o sabotajes terroristas de esos años contra Cuba, algo se movía alrededor del Comandante, porque los adultos izquierdistas gritaban la garantía confiable de su nombre y los adultos urracas (derecha liberaloide) describían un infierno tropical; nosotros en medio jugando al péndulo con la cabeza. No necesitamos lustros, la ronquera clarificadora del comandante local, Jorge Chiriboga, nos ubicó en el meridiano de la idea. Después las crónicas cantadas de Carlos Puebla y sus Tradicionales y las bibliotecas de los comunistas de la ciudad nos ayudaron a comprender la creciente leyenda.

El día que supimos eso de la Operación Carlota, nuestra simpatía al Comandante nunca más se agotaría, para entonces ya era el cimarrón mayor. (O)

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