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El Telégrafo
Carol Murillo Ruiz

Quito: fiesta y mutilación

05 de diciembre de 2016 - 00:00

Cada año, al llegar diciembre, vuelve al discurso y las prácticas cotidianas de los quiteños la necesidad de la fiesta de fundación y las rutinas para celebrarla. Así mismo, vuelven las loas a lo hispano y vuelven las críticas a todo ese imaginario postcolonial que atraviesa el festejo que las elites montaron para dividir a la ciudad entre lo rico y lo pobre, lo bello y lo feo, lo moderno y lo antiguo.

El Centro Histórico –o casco colonial- es quizá lo único que sobrevive, no sin fisuras conceptuales, entre las fijaciones históricas de aquello que siempre es admirable, estéticamente distinto y prueba de la nobleza que un día habitó el espíritu de una ciudad andina. Quito genera una enorme escala de interpretaciones culturales sobre su pasado y, además, sobre los perfiles sociales que cada vez luchan por imponerse en la opinión pública local.

Es sintomático que justo este año, antes de llegar a diciembre, los vientos de las antiguas fiestas quiteñas con corridas de toros y los gustos blanqueados de sectores dados al agasajo españolizante, aupados por el rudimentario universo cultural del alcalde Mauricio Rodas, resuciten el ritual de la lidia –sin muerte del animal- en medio de la congoja por haber perdido el referente central de unas fiestas ajenas, y, que, por añadidura, esconden el sustrato indígena de un lugar que fue territorio y símbolo de resistencia durante la conquista y la colonia.

Que la actual Alcaldía apoye el retorno de un atavismo cultural es apenas una muestra de lo que sucede cuando una ciudad es representada, en el relativo poder político que da un Municipio, por las ideas de señorío y clase de parcelas que preservan la herencia social de un viejo sistema y sus valores. Pero va más allá: todo eso no se contrapone a que esos mismos grupos acojan una modernización urbana poco planificada e irrespetuosa de la naturaleza y de los espacios verdes que tanto le han costado mantener a los habitantes de Quito. ¿Un ejemplo? El Municipio y los técnicos, es de suponer, escogieron como una de las paradas del nuevo Metro la esquina más arbolada del Parque La Carolina (Av. Eloy Alfaro y República). Allí tumbaron docenas de árboles y dañaron la reserva de aire que los vecinos disfrutaban a pesar del intenso tráfico de vehículos que por esas vías circula cada día. ¡Rompieron el parque!, un espacio natural y hermoso; porque al parecer no hallaron otro lugar cercano (¿les dio miedo la expropiación?) ¡Y prefirieron mutilar La Carolina!   

Por el mismo rumbo de abuso urbano va la “Solución Vial Guayasamín”, otra obra que olvida a las personas y prioriza los automotores. Por contraste, para hacer esos puentes, sí consideraron la expropiación, y hay más de 80 familias que luchan por impedir el atropello pero nadie las escucha.

¡Así se festeja a Quito! Mutilando la naturaleza (Parque La Carolina) e invadiendo a una comunidad (Barrio Bolaños). Pero el ruido de las chivas, de los conciertos en el mismo parque, de las orquestas en la Tribuna del Sur y las bandas en cada plaza, no deja ver ni oír que la fiesta que revive la tauromaquia es la misma que hunde a la ciudad en la arbitrariedad y el desprecio por la gente de a pie. (O)

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