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El Telégrafo
Lucrecia Maldonado

¿Quién manda a quién?

14 de junio de 2017 - 00:00

La democracia, se dice, es el gobierno del pueblo. Mejor dicho, el gobierno elegido por una preferencia mayoritaria del pueblo. En nuestro país fue este mismo pueblo el que mantuvo durante diez años al gobierno de la Revolución Ciudadana, tras una inédita sucesión de triunfos electorales. Sin embargo, debido al natural desgaste de los procesos y las relaciones en la vida, el triunfo de la Revolución Ciudadana en las últimas elecciones fue bastante estrecho, similar al estrecho triunfo de Jamil Mahuad sobre Álvaro Noboa, allá por las postrimerías del siglo pasado. Aunque, al comparar las portadas de una conocida revista de circulación nacional, ya se ve cómo, mientras el triunfo de Mahuad es indudable y se lo proclamaba con aires triunfalistas, el reciente triunfo de Lenín Moreno es cuestionado en su legitimidad porque casi la mitad (no ‘la mitad’, como afirman paladinamente por ahí) de los ecuatorianos no votó por el proyecto que él representa.

Posiblemente debido a ese estrecho margen, Lenín Moreno se presentó desde el principio con una actitud conciliadora y amigable. Sin embargo, esto no necesariamente quiere decir ser complaciente y ceder todas las posiciones posibles en aras de una supuesta gobernabilidad o de la paz pública.

La Revolución Ciudadana se mantuvo diez años en el gobierno, entre otras cosas, por sostener unas claras líneas de acción respecto de algunos elementos de la vida del país: los medios de comunicación, las regulaciones tributarias, la atención prioritaria a quienes más lo necesitan… La ‘bronca’ de las élites y el amor que el pueblo manifestó por el expresidente Rafael Correa, incluso en su permanencia en el hospital CAM, días después de haber terminado su mandato, se deben a su claro accionar y a su manifiesta opción por quienes realmente necesitaban las reformas estructurales y superficiales que se hicieron en su período presidencial.

Por eso llama la atención la compulsión, casi desesperada, del presidente Moreno por prestar atención a las agendas de las élites y tener una actitud complaciente con ellas. No solo con el tema de la corrupción, por otro lado necesario de ser tratado con rigor y ética hasta las últimas consecuencias, sino en otro tipo de temas. Se ven, con preocupación, guiños e incluso gestos de sumisión más que de acercamiento hacia los medios privados, ubicación en puestos clave a miembros de la más recalcitrante oposición a Rafael Correa, o actitudes tradicionalistas y caducas, como la de dar papel protagónico a su esposa para llenar el supuesto ‘vacío’ de la Primera Dama (vacío que nadie sintió, por otro lado), llegando incluso al extremo de nombrarla ‘embajadora’ para determinados eventos, lo cual marca una especie de retroceso en los comportamientos oficiales del país.

Aunque haya sido con un estrecho margen, el triunfo de la Revolución Ciudadana fue innegable en este último período presidencial. Si hubiera querido cierto tipo de conductas complacientes con las antiguas élites, la mayoría de votantes se habría decidido por el otro candidato. A nadie le vendría mal que el presidente Moreno tuviera presente por qué, y sobre todo por quién y para quiénes, ocupa el cargo que ostenta. (O)

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