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El Telégrafo
Carol Murillo Ruiz

Qué pereza verlos...

24 de octubre de 2016 - 00:00

La proliferación de candidaturas a la Presidencia va viento en popa. Alvarito Noboa se ha agregado a la lista, para variar… y las declaraciones, alianzas, dispersiones y altercados están a la orden del día. Si hace pocos meses la idea que reunía a moros y cristianos era su oposición/odio/desquite contra Rafael Correa, hoy, en el arte de tostar hielo -para asombro de pocos-, parece que lo más importante para los opositores es hacer migas con quienes hipotéticamente pueden sumar simpatías y tal vez votos (¡y por separado!) a sus múltiples candidaturas. Ni siquiera binomios encuentran, como bien lo analizó Orlando Pérez en su artículo de ayer.

Los razonamientos que dan esos candidatos de la oposición y sus voceros -autorizados o no- es que están investigando opciones para ofrecer nombres que provengan de todos los rincones del país. Lo cual es poco cierto porque casi todos buscan a su Robin o su Batichica en Guayaquil. Y con ello descartan, de entrada, la esquiva pero ineludible razón nacional.

Otro propósito electoral va de la mano de una necesidad aparentemente práctica: en sus inicios la Unidad propuesta entre Nebot-Rodas-Carrasco (y otros alcaldes) aludía a un asunto de tutoría de los gobiernos locales (sean municipios o prefecturas). Les parecía interesante la junta porque el espejismo que les causaron las elecciones intermedias de 2014 (en las que AP vio mermado su influjo en localidades fuertes y los opositores ganaron muchos cargos de elección popular) sería una buena base para apalancar una candidatura nacional. Tampoco resultó el deseo, más pudo el interés local resumido así: mejor solos que mal acompañados. Y acto seguido echaron a Carrasco… y Rodas se dedicó a firmar los contratos del Quito Cables tras los bastidores de la Conferencia Mundial de Hábitat. Lo regional y lo local (a lo guayaco) se impuso en esa liga socialcristiana de cepa…

Otra iniciativa ha sido rebuscar aliados en los otrora correístas y los fanáticos anticorreístas. Allí se mezclan casi todos y no se salva nadie. Paco Moncayo tiene a los arrepentidos: indígenas, clases medias ilustradas, socialdemócratas de sopetón, militares activos y pasivos de vieja data, varios reporteros desesperados y al Centro Democrático de Jairala. Los socialcristianos, sin sonrojarse, tienen a Ramiro González, que no requiere presentación ni adjetivos. Y Guillermo Lasso, desde el otro lado de la derecha, ha ido recogiendo los bagazos de movimientos y expartidos (correístas y anticorreístas); pero luce, contraste aparte, por ejemplo, al “único que ha podido derrotar a Correa”: Mauricio Rodas; un alcalde que no conoce Quito, menos el país; y que ojalá sepa, luego de Hábitat III, en qué consiste la Agenda Urbana Mundial y, sobre todo, local.

Es notorio que han ido armando sus alianzas por intereses personales, odios y revanchas. Y, sin embargo, nada les alcanza para ganar. Por ahí andan sus simpatizantes agobiados porque la parcelación de nombres ha perdido de vista la obsesión principal: desaparecer a Correa. Ojalá tuviesen la obsesión de pensar el país para la próxima década. Ojalá no fuesen tan dados a actuar como mascotas de ricos. (O)

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