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Antonio Quezada Pavón

¿Qué hacer con la pobreza?

15 de junio de 2017 - 00:00

Estamos tan ocupados diciéndole a nuestro Presidente cómo debe gobernar, cómo erradicar la corrupción y cómo mantener la democracia viva que nos hemos olvidado del más lacerante problema del país, que es la pobreza. Sí, mucho se hizo para sacar a la mayor cantidad de gente de la extrema pobreza; y se lo hizo bien, como veremos más adelante, pero aún no es suficiente.

Y el más grave problema no es la pobreza en sí misma, sino que los pobres toman decisiones muy equivocadas. Por qué lo hacen es una pregunta complicada, pero veamos la realidad: los pobres prestan más dinero y caen en manos de los chulqueros; ahorran menos; fuman más; hacen menos ejercicio físico; beben más licor y comen mucho más comida chatarra y poco saludable. ¿Por qué? La inefable primera ministra británica Margaret Thatcher describió a la pobreza como “un defecto de personalidad de los pobres”. ¡Qué barbaridad!  Es decir, es falta de carácter. O como decían los neoliberales: “El pobre es pobre porque es menos productivo”. Y a pesar de que esto nos puede parecer ofensivo a muchos de nosotros, en el fondo pensamos que hay algo malo que no funciona bien en los pobres mismos.

En consecuencia, son responsables de sus propios errores. Y enseguida saltamos a la conclusión de que deberíamos ayudar a los pobres a tomar mejores decisiones. Y bajo la premisa de que hay algo malo en ellos, nosotros (me refiero a los ricos e inteligentes) deberíamos hacer que cambien y enseñarles la forma como deberían vivir sus vidas, si solo tuvieran la capacidad de escucharnos. La realidad científica, sin embargo, nos dice lo contrario. En un estudio realizado en la India por psicólogos norteamericanos, con un grupo de zafreros de caña de azúcar, que igual que en Ecuador consiguen más del 60% de su ingreso anual, justo después de la zafra.

Eso significa que son relativamente pobres la mitad del año y ‘ricos’ la otra mitad. Les tomaron una prueba de Cociente Intelectual (IQ) antes y después de la zafra y comprobaron que en la etapa de pobreza, antes de la zafra, tenían 14 puntos menos de IQ que después de la cosecha. Eso es como hacer la prueba de IQ después de una noche de insomnio o bajo los efectos del alcohol. Esto significa que la gente se comporta diferente cuando perciben que algo está escaso y no interesa qué es lo que falta: dinero, comida e inclusive el tiempo.

Bueno, parecería que la solución está al alcance de nuestras manos: simplemente dar dinero a los pobres. Sería genial, pero poco práctico. Ya lo intentó el Banco Mundial con el llamado ‘bono de solidaridad o de la pobreza’ sin ningún resultado positivo en los países donde se implementó (como el nuestro). Y no creo que incrementarlo, como fue la promesa de campaña del Presidente, sería la solución.

La idea es realmente otra y fue propuesta en Inglaterra hace 500 años por Thomas More en su libro Utopía y ha sido analizada por activistas como Martin Luther King y neoliberales como el economista Milton Friedman. Es increíblemente simple: garantizar un salario básico digno a la gente. Y esto es lo que hizo bien la Revolución Ciudadana al abolir la tercerización laboral con el Mandato 8 e incluir en trabajo pleno con remuneración mínima digna a la mayor cantidad de gente. Este salario les permite pagar sus necesidades básicas: comida, vivienda, salud y educación. Y tiene que ser absolutamente incondicional, pues la gente debe tener el derecho de hacer lo que deba hacer con su dinero.

El salario básico no es entonces un favor, es un derecho. Queremos sacar a más gente de la extrema pobreza: démosle empleo y un salario mínimo digno. Eso sí es prioridad de este y de todos los gobiernos. (O)

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