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El Telégrafo
Carol Murillo Ruiz

Pueblo, puro pueblo

24 de abril de 2017 - 00:00

Si los humanos nos constituimos en tales es porque el lenguaje nos proveyó de un poder único: hablar. Las palabras se convirtieron, poco a poco, en puentes pequeños o inmensos que no dejan nunca de resignificar la vida y las culturas.

En la política -el arte de confiar en la razón humana- hay palabras que, a veces, logran forjar el fundamento de cualquier colectividad inmersa en el constante deseo de cultivar y pulir la condición humana, es decir, la virtud de la convivencia. Ergo, la palabra pueblo ha sido por siglos un conjunto de gentes que perciben su influjo significante para legitimar su existencia frente a la naturaleza y su posterior complejidad social. La palabra pueblo entonces es de aquellas que se reinstalan para enunciar lo que las comunidades construyen y/o arruinan de acuerdo al trabajo de organizar los actos y buscar la justicia.

Por eso me ha llamado la atención leer cómo algunos analistas europeos miran con recelo que el candidato francés Jean-Luc Mélenchon haya adoptado, sin carga dogmática, una palabra que define la vida social de su amado país: pueblo.

La palabra pueblo viene del latín popŭlus, de allí que los críticos vean en el término una puerta abierta para pasar de pueblo a populismo, en una nada inocente acrobacia semántica. La idea, parece, es menoscabar el discurso social de un candidato que resolvió afectar algunas fórmulas de lo políticamente correcto asumido, por inercia, por la izquierda tradicional; y con su movimiento La Francia Insumisa quiso -quiere, hace- que su estilo de comunicarse con los franceses tome el vuelo de lo que nomina e invoca: pueblo para la política.

Pero la crítica va más allá: involucrarlo, ideológicamente, con figuras como Rafael Correa, Bernie Sanders, Hugo Chávez o Podemos (de España), es problematizar una afrenta que muchos europeos aún no pueden procesar, y, por ello, ante el impacto que ha tenido Jean Mélenchon las últimas semanas, también creció el desplante mediático, justo en un momento en que Francia sufre la reiterada aparición del terrorismo y la avanzada de la ultraderecha de Marine Le Pen.

He aquí una atmósfera de categorías duras: pueblo, populismo. Su –dizque- combinación perversa hace que tanto en Europa como en América Latina (especialmente en Ecuador con la finalización del gobierno de Correa) vuelvan al debate grafías políticas móviles que no revelan –cabalmente- lo que pasa en el mundo. La geopolítica, es indudable, cambiará con los resultados de las elecciones en Francia, pero la experiencia de resucitar palabras, por fuera de los ritos de derechas o izquierdas, engendra la obsesión de ver pueblo/populismo aquí y acullá: EE.UU., Francia, España, el Sur latinoamericano, solo que con fábulas distintas.

El sábado, en Quito, hubo una gran fiesta popular para celebrar el triunfo de Lenín Moreno en los comicios recientes. El presidente Correa lució su implacable visión de la política. Luego Lenín lució su íntima identidad morena. Mientras todo esto pasaba yo miraba a mi alrededor cómo han mudado los rostros de quienes siguen fieles al proyecto: pueblo, puro pueblo de cada rincón del Ecuador. Esto vale recordarlo siempre. (O)

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