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El Telégrafo
Carol Murillo Ruiz

Portoviejo y su desahogo actual

16 de octubre de 2017 - 00:00

La Portoviejo en la que yo crecí no existe más. Después del terremoto del 16 de abril de 2016 la capital manabita es otra y su ritmo cambió de un modo tan extraordinario como inaudito. Después de más de un año de ocurrido el sismo me atreví a recorrerla a pie, despacio, mirando de cerca lo que había sido el centro, es decir, su antiguo ser y ese bullir comercial con el que desde chiquita aprendí a comprar y a regatear (muy poco, por la vergüenza torpe de la escasez) todas las cosas que se requieren para vivir: ropa, enseres, juguetes. Allí vibraba un cantón donde una típica aunque mínima burocracia, la del siglo XX, intentaba fundir los puentes institucionales de la provincia. Y el Centro fue una marca de identidad económica y política. Desfiles, educación, cultura y negocios se liaban con el ánimo de unos habitantes que forjaban su porvenir con audacia y alegría.   

Las nociones sobre las centralidades de las ciudades se han transformado con el tiempo, las necesidades y las desgracias naturales. Portoviejo ha tenido, como una obligación urbana y por la fuerza siniestra de un terremoto, que alterar la noción de su usual centralidad comercial y activar su sentido común para concebir que el cambio es irreversible. Hoy el comercio se ha dispersado por toda la ciudad y la movilidad social implícita también ha modificado referentes y puntos fijos de reflexión.

¿Por qué? El terremoto trajo, a posteriori, una exigencia social tácita: la regeneración urbana que, en palabras de mi querido amigo y arquitecto Jean Paul Demera, además provee herramientas para dinamizar la economía local, pues la infraestructura colapsó y no solo reconstruyendo edificios es que se recuperará el anterior movimiento comercial sino alternando ideas y formas de percibir y asumir un espacio (vivo) descentralizado. Un claro ejemplo ha sido el proyecto de La Rotonda que en su primer fin de semana recibió más de 50 mil visitas, y que al principio no generó ninguna expectativa en los portovejenses, sin embargo hoy empieza a articular una esfera de relaciones ciudadanas diversas e incluyentes, con servicios, espacios verdes y actividades recreativas que invierten una centralidad clásica comercial por una no centralidad de sustento espiritual abierta y moderna.

Es obvio que la inversión de centralidades no es mecánica. Lo uno no se superpone o releva per se a lo otro. Apenas digo aquí, como lo conversamos en su momento con Jean Paul, que hay que pensar en microcentros de múltiples tipos de proyección –financiera, estética, etnográfica, patrimonial- y no solo en un centro comercial tradicional que aglutine la vida ¿cabal? de una urbe en su aspecto utilitario. Por supuesto, Portoviejo recién intenta resurgir subjetivamente de una tragedia que la hizo reconsiderar un sinfín de ideas, argumentos y posibilidades; porque sabemos que la complejidad de su devenir social y cultural, verbi gratia, es consustancial a su desarrollo material e histórico.   

Ojalá Portoviejo se prepare para afrontar el actual desafío más allá de un pasado congelado en una foto y se dé paso a una capital distinta, respetuosa de lo vivido y acumulado pero dispuesta a ‘desahogar’ su presente y su futuro. (O) 

 

 

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