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El Telégrafo
Carol Murillo Ruiz

Por qué voté por Lenín

03 de abril de 2017 - 00:00

Siempre hay razones y emociones por las cuales un elector vota por alguien. Unas ideológicas y políticas, otras de empatía personal, algo así como la química que se le atribuye al amor.

Yo voté por Lenín Moreno por estar vinculada al ideal de la Revolución Ciudadana desde sus inicios, y porque considero que este proceso no solo se consagró a modificar y alterar -para bien- la realidad social de Ecuador sino porque su propuesta traducía un proyecto de país (proyecto nacional, se decía antes) que una gran mayoría aspiraba (o intuía urgente) después de que los regionalismos posindependencia nos habían partido y descuartizado como nación.

Voté por Lenín porque su carácter y su estilo no tienen la estridencia apocalíptica de los políticos de viejo cuño y porque el país requiere distintas formas de asumir el ejercicio de gobernar. Lenín ha demostrado en la función pública su apego a valores humanos olvidados por la tecnocracia de algunos sectores que ven en lo social la antítesis de la eficiencia política. Lenín ajusta ambos modos de resolver la administración de lo público y su lucidez radica en no confrontar los caminos sino cruzarlos con cuidado y sacando de cada uno un atajo para que lo mejor llegue a la gente.

Voté por Lenín porque me fastidia que la ignorancia, el racismo, el regionalismo y la indigencia virtual se confabularan contra un hombre que afrontó una desgracia personal; al principio con ansiedades y tormentos existenciales, y luego con voluntad y talento interior. Y porque no es dable que en un país tan ‘modernizado’ por las tecnologías que (mal) usan millones de sus habitantes y en el que tanto ha costado admitir que las personas con discapacidad hallen un espacio en la vida social y laboral, un ser como Lenín, que trabajó precisamente por esa gran causa, sea la principal víctima del descarte por ‘invalidez física’ cuando, sobre todo, lo que Lenín derrama es vigor somático y espiritual. Ejemplo: el ánimo y la salud intacta que le puso a cada recorrido por la patria.

Voté por Lenín porque los pobres demandan tener un proyecto de país para ellos. Y cuando digo proyecto de país no hablo únicamente del legado gubernamental de la Revolución Ciudadana sino de las fortalezas institucionales y sociales del Estado que, con su engranaje político, puede ampliar y consolidar para cada ciudadano. Un Estado que brinde las coberturas que lo privado nunca impulsará porque su misión es, como lo decían los opositores, fundar zonas francas para hacer business con las penurias del prójimo más frágil de la sociedad ecuatoriana. (Al parecer ahora el neoliberalismo se llama zona franca…).

Voté por Lenín porque batalló por construir un discurso político acorde a su talante y naturaleza. Sin poses aprendidas de los expertos en media training que a veces solo sirven para impostar y resucitar las sugestivas teorías de Iván P. Pavlov.

Voté por Lenín porque tiene claros los andariveles políticos que tuvo que sortear Rafael Correa, y porque Moreno sabe que de aquí en adelante lo suyo es ahondar la idea y la praxis de una política económica y social para todos.

Voté por Lenín, sí, porque a él le creí y le creo. (O)

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