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Aminta Buenaño

Odebrecht: ¿una caja de Pandora?

08 de junio de 2017 - 00:00

No existen ángeles puros  sobre la tierra. La misma Madre Teresa tenía un lado siniestro que todos desconocíamos. Hasta en la Casa de Dios en el Vaticano han ocurrido crímenes sin nombre. En cada hombre y en cada mujer existe un ángel y un demonio, y entre ambos extremos, muchos matices. La corrupción es un tema que nos ha golpeado en toda la historia de la nación. Es un ángel caído que amenaza la confianza y la credibilidad de los gobiernos, que destruye los soportes de la democracia y el bien común. Esta enfermedad social, de la que ningún país es inmune, está unida al abuso del poder, a la falta de principios y, especialmente, a la cultura de la tolerancia, de la impunidad; en una sociedad que aplaude al pícaro, ‘al más sabido’, que respeta el dinero sin importar su procedencia.

Sorprende que algunos de los discursos más virulentos contra la corrupción vengan de conspicuos representantes de partidos que hicieron de la corrupción su historia de vida. Como si fueran vírgenes, castas y puras, ofendidas en su honor. No hace falta tener mala memoria para recordar que los más grandes negociados, los más sonoros escándalos, se dieron en los gobiernos neoliberales de derecha, en los que se llevaban en contratos con el Estado, en certificados de depósitos adquiridos en el fraude bancario, en sacos, el dinero público. El pueblo era castigado con una serie ininterrumpida de paquetazos económicos, y hasta para cobrar el mes tenían que hacer huelga los maestros, médicos, policías, jubilados. Escándalos en los que el gobierno de turno protegía y encubría a los infractores. Las autoridades salían por la ‘tele’ con cara de funeral anunciando simulacros de sanciones y persecuciones. Después de unos años, sus ministros volvían, sin ninguna autoridad moral y protegidos por la desmemoria pública, a darnos lecciones de moral y buen gobierno, a pontificar sin vergüenza ni pudor.

Es la primera vez, en nuestra historia, que un gobierno progresista, identificado con las mayorías, está enfrentando la corrupción en todos los frentes: interno y externo. Es la primera vez que sin ningún temor se persigue a los presuntos corruptos, aunque sean familiares cercanos o amigos de altos funcionarios públicos. Primera vez que la frase: ¡No habrá impunidad! la vemos reflejada en investigaciones y detenciones a la luz pública. Con total transparencia.

La corrupción duele. Hay frustración, ira, resentimiento. Los nubarrones negros de la indignación popular dicen: “Yo me mato trabajando para que unos pocos roben a manos llenas”. Personas que en un minuto revuelan millones, mientras otros sacrifican toda una vida al trabajo honrado y mueren en la pobreza. Piero lo dice en ‘Juan Boliche’: “Trabajé hasta jubilarme, pero nunca sobró pan…”.

Hay alguna gente dentro de la burocracia que no comparte la tesis social de servicio que inspira a la Revolución Ciudadana y que le ha deparado repetidos triunfos. Están con el Poder en mayúscula, venga de donde venga. Sus intereses giran alrededor de todo lo que obtengan de él: control, enriquecimiento ilícito, prestigio. Bailan al son que les toquen. Adulan a los de arriba, pisotean a las bases. Y, si se escarba en su pasado, empieza a aparecer el Frankenstein disfrazado de monjita, con una historia en la que leemos que han sido candidatos opositores o militantes de partidos de derecha, convertidos -de un día a otro- en  revolucionarios. Infiltrados de adarga en mano y pelo en pecho, dispuestos a “sacrificarse y a dar la vida por el proyecto”.  No tienen escrúpulos. Son como capos de la política. Ellos sucumben más fácilmente a la corrupción, porque quieren servirse suculentos botines a costa del Estado. La lucha contra este flagelo debe empezar con una depuración de estos malos burócratas, capaces de los más viles actos de traición y deslealtad. La entrada de oportunistas y arribistas sin ideas ni convicciones, pero con muchas ambiciones, destruye cualquier proceso de cambio.

Si queremos combatir la corrupción, el país debe saber qué pasó con Odebrecht y los distintos gobiernos durante su permanencia de 30 años en Ecuador. La corrupción no tiene colores ni ideologías. No comenzó ayer ni terminará mañana, si no ponemos un alto con toda la verdad y una justicia rigurosa por delante. (O)

 

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