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El Telégrafo

Nuestro juramento

04 de octubre de 2013 - 00:00

¿Quién no lo oyó de niño, cuando aún poblaba las tarimas y grababa nuevos discos? De esos de pasta, que se rompían al caer. De un lado "Arrepentida", del otro "Nuestro juramento"; en la Argentina ambas canciones arrasaban en tiempos de modas del bolero y de Los Panchos.

Se bailaba cuerpo a cuerpo, no separados o sueltos. Ese tipo de canciones un poco melosas arrastraba al cariño. Y nadie podría negar que Nuestro Juramento calaba hondo, con aquellas promesas de compromisos de sangre, con la pretensión de que el amor se sostendría también después de la muerte.

Y precisamente luego de la muerte del ruiseñor guayaquileño, se fue tejiendo la leyenda. Sus hijos varios, su prestigio que hacía que en varios países lo tomaran por nativo (por mexicano, por argentino), su ir quedando en la memoria de los más pobres, en la música incierta de los parques de diversiones que se estacionaban en sitios baldíos, en barrios apartados en donde los sectores populares hacían su diversión por un gasto módico. Allí, entre la Rueda de la Fortuna y el tiro al blanco, la música de extraordinaria voz se eternizaría en las rutinas domingueras de aquellos que, el resto de la semana, deberían trabajar a destajo o buscar penosamente empleo de sitio en sitio.

Por ello no fue casual que quien hacía limpieza doméstica en mi casa de México, Esperanza, nos inundara con un casette allá por los años setenta: "Solito he de vivir/Solito yo me tengo que morir/pobre de mí", rezaba la letra de la canción tantas veces repetida. Jaramillo, memoria y compañía del pobre latinoamericano, desde sus pasillos tan propiamente ecuatorianos.

Y fue ya en Ecuador que descubrí cómo hay miles de jaramillos diseminados sin que exista uno igual a él, como la desdicha del de abajo se reconoce en las letras del tenor aflautado, en esa cadencia levemente quejosa de su timbre, en una voz excepcional a la vez que inconfundible.

Pobló en su tiempo tanto tabernas como hoteles de lujo, pero quedó sobre todo en la memoria de los de abajo. Y pregifuró una especie de canción comunitaria de alta identificación para la ecuatorianidad: JJ fue de Guayaquil pero a la vez de toda la Nación, del completo actual Estado plurinacional. Y a la vez JJ es Latinoamérica en el Ecuador y el Ecuador en Latinoamérica, y está allí nuestra compartida memoria y nuestro nuevo juramento de patria en común, desde Tierra del Fuego hasta el desierto de Sonora y los cauces del Río Bravo.

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