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El Telégrafo
Antonio Quezada Pavón

Nuestra educación superior 2017

14 de septiembre de 2017 - 00:00

“No podemos estar discutiendo lo mismo todos los años” es el reclamo del rector de la Escuela Superior Politécnica del Litoral (Espol), Sergio Flores, ante la posibilidad de rebaja del presupuesto del Estado de los fondos, que sería de unos $ 229 millones para las universidades públicas. No habría ni para pagar los salarios de los docentes y administrativos.

El tema es mucho más profundo de lo que parece. Hay que hacer un análisis epistemológico (con lo cual sueno superacadémico), pero simplemente significa contrastar la decisión hecha de la gratuidad de las universidades públicas, contra el incremento normal de la población estudiantil, el desempleo que induce a estudiar a los más capacitados y finalmente el concepto de equidad. De hecho, gratuidad no es equidad. Como dice Sergio Flores: “Gratuidad es que un joven que viene a pie o en bus y otro que viene en Mercedes Benz (ya está exagerando) estudien sin pagar”. Y tiene razón, pues de ninguna manera gratuidad significa completamente equidad.

Claro que la gratuidad fue bienvenida en tiempos de bonanza, pero con la estrechez económica del país (por decir lo menos) ya no se puede absorber los costos, que hablando de la Espol, de la cual algo conozco, cuesta $ 8.500  formar un ingeniero y tenemos 10.000 alumnos y 800 docentes. Nuestro presupuesto debería ser de más de $60 millones anuales solamente para pagar los costos fijos de nómina, mantenimiento y servicios. Y no lo es. Las licenciaturas son algo más baratas, cuestan $ 6.500, pero igual nos dan un tremendo requerimiento presupuestal. Y esa es la historia de todas las universidades estatales, pues sus ingresos no son discrecionales, sino que dependen de la asignación presupuestal del Estado.

¿Qué podemos hacer? Transar la calidad de la educación, para aceptar la demanda de estudiantes, ajustándonos a un reducido presupuesto. Pues lamentablemente parece que no queda otra solución. Reducir costos es casi una utopía, pues las universidades tienen casi la totalidad de sus costos como fijos, que se dan por estar en operación.

Por supuesto que nos queda la natural y odiosa envidia de que las cuatro emblemáticas universidades estatales: Universidad Nacional de Educación (UNAE), con 3.100 estudiantes y 137 docentes; Yachay, la Ciudad del Conocimiento, con 829 estudiantes y 165 docentes; Ikiam, con 418 estudiantes y 62 docentes;  y UniArtes, con 1.190 estudiantes y 110 docentes, tengan un presupuesto combinado de $ 59,3 millones para un total de 5.537 estudiantes, pero con una inversión ya ejecutada de $ 820 millones. Hagan ustedes las cuentas. Y claro que al hacerlo combinado se enmascara la cruda realidad de algunos de estos proyectos.

La educación superior tiene ahora la obligación de ajustar su pertinencia a las necesidades de un país que necesita crecer. Es imprescindible dotar a los graduados, dentro de los plazos de cada carrera, de pensamiento crítico, capacidad para la búsqueda de solución a los problemas nacionales y empresariales y sobre todo habilidades de escritura y lectura.

Les sugiero a mis apreciados lectores que revisen los siete Resultados de Aprendizajes Institucionales (RAI) de la Espol, que son las competencias (conocimientos, habilidades, destrezas y actitudes) que todo estudiante politécnico debe demostrar al terminar su carrera. Muy poco de esto se puede conseguir si no hay recursos. (O)

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