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El Telégrafo
Lucrecia Maldonado

Niveles de consciencia bajo cero

16 de noviembre de 2016 - 00:00

Asustados, sorprendidos, indignados manifestándose en las calles, algunos norteamericanos expresan su descontento con el triunfo presidencial de Donald Trump. No lo comprenden. Alguna gente, en California, incluso habla de separarse del resto de Estados Unidos. Otros exclaman “¡No es mi presidente!”, y muchas personas, sobre todo de origen latino diferente al de los cubanos exiliados hace más de cincuenta años y su descendencia, tiemblan de miedo ante la incertidumbre que ahora les plantea el futuro.

Si bien el sistema electoral norteamericano esconde misterios que podrían resultar incomprensibles al común de los mortales criados y crecidos en el mundo de la mayoría simple y la mayoría absoluta, es obvio que alguien gana en las elecciones para Presidente de un país porque un número considerable de personas ha votado por él. Y en este caso, un número considerable de gente en Estados Unidos ha escogido a Donald Trump como su presidente. Se dice que Hillary Clinton ha ganado en el voto popular y que Trump ha ganado en el voto electoral. Preguntas que plantea la lingüística: ¿qué voto no es electoral? ¿En realidad eso importa?

Es obvio que el sistema está hecho para que gane alguien que justificará los designios de quienes en verdad gobiernan desde la sombra. Es obvio también que las dos opciones planteaban, en el fondo, seguir erigiéndose en las guardianas de lo que alguien llamó: “el destino manifiesto de una gran nación”, o sea, el control del planeta entero. Pero más allá de eso, resulta evidente que, en el momento de votar, llámese Argentina, Colombia o España, a la mayoría de la gente poco le importa siquiera evaluar realmente qué sería lo mejor para su país, para su gente y en últimas para el planeta entero.

Ya lo dijo alguna vez ese gran pensador y escritor que fue Eduardo Galeano: si el voto sirviera para cambiar algo, ya lo habrían prohibido. Y cuando de verdad sirve para cambiar algo, como ha ocurrido por estos lares, la guerra es sorda y constante, no da tregua un minuto y pretende revertir esos cambios lo más pronto posible.

Hoy mismo lo único que ampara al mundo entero es la sensación de incertidumbre. Entre los mismos pobladores de Estados Unidos existe una sensación de resaca después de una borrachera sin fiesta que la justifique. Alrededor de todo el planeta, la gente teme por el futuro, y los análisis de todo tipo, tan sesudos como inútiles, en el fondo, no hacen más que reforzar el miedo y la necesidad de hacer algo para que el impacto de la decisión de la nación del destino manifiesto no vaya a terminar con la especie, o a reducirla notablemente.

Tal vez lo único que le queda a la gente común que camina todos los días por la calle sea hacer su parte. A los que tienen un nivel de consciencia superior a cero, quizá les venga bien tratar de elevarlo un poquito más. Y encomendarnos a algo más grande que nosotros, no para que no pase nada, sino para que cualquier cosa que pase ayude a la humanidad a elegir mejor a quienes ha entregado sus destinos. (O)

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