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Tatiana Hidrovo Quiñónez

¿Mickey Mouse nacionalista?

17 de noviembre de 2016 - 00:00

“Norteamérica no es un Estado-nación; no está unido ni por la herencia, ni por una lengua histórica común ni por un origen idéntico”. Esta contundente afirmación fue realizada en 1974 por Hannah Arendt, una de las pensadoras más importantes del siglo XX, quien, además de filosofar, experimentó la diferencia entre la cuestión nacional europea y norteamericana. La nación, sabemos, es creada históricamente por un Estado y modificada por la sociedad. A diferencia, el ultranacionalismo es la exacerbación de una identidad nacional, fundamentada en la superioridad racial, cuyo designio es el exterminio de los diferentes.

Es incuestionable la existencia de un Estado USA, una de cuyas tareas ha sido la gestión del imperio capitalista más poderoso del siglo XX. Siendo un Estado moderno, parece incomprensible la ausencia de una nación. De hecho, los norteamericanos, en su mayor parte inmigrantes o descendientes de aquellos, están unidos por la cultura y religión del consumismo, dotada de su propio calendario sagrado y rituales como el Viernes Negro, celebrado un día después de la Acción de Gracias. Además de compartir otros símbolos de la banalidad, como Disney World, y usar la bandera como objeto cotidiano, todo ciudadano norteamericano reconoce la imagen emblemática de Wall Street. Aunque el color de piel es determinante, el ser norteamericano se define menos por la condición de origen que por la calidad de ciudadano y sujeto productor-consumidor. Buena parte de su mentalidad es protestante, por lo que concibe al trabajo productivo y generador de riquezas como destino y camino para entrar al reino de los cielos. Pero, sin lugar a dudas, compartir la cultura del consumismo y el sueño americano no es suficiente para constituir una nación clásica, tal como la concibe Arendt.

Si Estados Unidos no es una nación, como lo dijo Arendt, ¿cómo es posible que Donald Trump haya obtenido el favor de casi la mitad del electorado, a partir de un discurso apelativo de lo nacional?, que se sintetiza en la frase: “Vamos a hacer nuevamente grande a Estados Unidos”. ¿Acaso se equivocó Arendt y en realidad hubo siempre una nación norteamericana que, a diferencia del fenómeno europeo, nunca devino en nacionalismo ni ultranacionalismo fascista? O, siguiendo a Arendt, nunca existió tal comunidad y, por lo tanto, asistimos al parto tardío de una nación norteamericana con germen nacionalista, en el contexto de la agonía de ese imperio.  

Se sabe que el fascismo y el nazismo europeo tuvieron su caldo de cultivo en la crisis social y económica que generalizó el desempleo y la pobreza durante el período de entre guerras (1918-1939), que se produjo después de experimentar el largo período de ascenso del capitalismo durante el siglo XIX. Alemania llegó a tener el 44% de desempleo. Sin esa tasa de desempleo, el fenómeno Hitler no hubiera sido posible. Hoy, el desempleo a escala mundial parece ser el problema más generalizado en el contexto de la desaceleración de la economía mundial. Concomitantemente con el indicador del desempleo, es notoria la gran movilidad humana en todo el mundo, coincidiendo con el renacimiento de un espíritu xenófobo, irritado por la disputa de puestos de trabajo fijos.

A pesar de que las condiciones parecen acercarse a las desarrolladas en aquel tiempo de guerras del siglo XX, los grupos de poder mundial lucen cegados e incapaces de sacar del cajón las lecciones de la historia. Mientras ellos duermen sobre las alas plásticas del neoliberalismo, algo parece ocurrir en el fondo de USA. Quizás el problema no es que Trump haya llegado a la Presidencia de EE.UU., sino que Mickey Mouse se esté convirtiendo en nacionalista, como antesala de un nuevo orbe medieval. (O)

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