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Jaime Galarza Zavala

Mensaje a los soldados

16 de marzo de 2017 - 00:00

En mi libro más conocido, El festín del petróleo, publicado en 1972, estampé la siguiente dedicatoria: “A la memoria de los soldados ecuatorianos caídos en 1941, en una guerra del petróleo”. Ese pórtico le conduce al lector a la historia de una criminal trama bélica urdida por la todopoderosa compañía Standard Oil de Rockefeller y en la cual, a la postre, nuestra patria fue sacrificada con la mutilación de su territorio amazónico, gracias a la traición del gobierno oligárquico de entonces, confabulado con los invasores peruanos, mientras nuestro pueblo lloraba a sus muertos, soldados pobres, tenientes y capitanes abandonados a su suerte, pero que cayeron heroicamente alzando la bandera ecuatoriana. Mientras tanto, la mayoría de los mandos militares gozaba de las prebendas otorgadas por el tirano Arroyo del Río.

A lo largo de la historia posterior, numerosos hechos habrían de darse que nos demuestran que, si bien siempre existieron valerosos jefes, muchísimos de ellos hicieron de las Fuerzas Armadas un mecanismo de lucro personal para forjar sus fortunas, invariablemente unidos a los jerarcas de la banca privada, el gamonalismo y los grandes empresarios, a quienes sirvieron al extremo de valerse del poder militar para cometer históricas masacres de estudiantes, campesinos y pueblo, en general, como ocurrió en 1922 durante el fatídico 15 de noviembre, el 3 de  junio de 1959 en Guayaquil por orden del primer presidente socialcristiano, Camilo Ponce Enríquez; en octubre de 1977 en el ingenio Aztra. Sangre de pueblo derramada por hijos del pueblo, como eran los soldados en cada caso, simplemente utilizados como carne de cañón por mandos cobardes y corruptos que no arriesgaron nada en hechos como aquellos, pero salieron convertidos en héroes nacionales por los dueños del país y la prensa privada.

En todos estos tristes episodios de la vida nacional fue el mismo resultado para la tropa: volver a rumiar el abandono y la pobreza de sus hogares humildes en la ciudad o el campo. En todos estos hechos, las falacias cantadas por los altos mandos fueron siempre las mismas: “Defensa de la democracia y de las gloriosas Fuerzas Armadas”.

Hoy la historia se repite cuando, en medio de la pasividad del Gobierno nacional, altos jefes reúnen a las tropas, les envenenan contra el presidente Correa y el correísmo, les embaucan con que si triunfa Lenín Moreno en las elecciones del 2 de abril, nuestra patria se convertirá en otra Venezuela y que, para evitarlo, hay que votar por Guillermo Lasso.

No lo decimos por hablar. Así como no mentimos en aquel libro sobre las atrocidades cometidas por los gobiernos y los mandos a lo largo de la historia nacional, ahora igualmente nos sujetamos a la estricta verdad en esta denuncia, que muchísimos ecuatorianos las podrían confirmar si no tuvieran selladas las bocas por el miedo o el dinero. En todo caso, los soldados de hoy no son ni serán las tropas hambrientas y abandonadas a su suerte en 1941: serán y son, junto al pueblo, forjadoras de un tiempo donde se impongan los derechos del pueblo y se construya un Ecuador sin amos criollos y extranjeros. (O)

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