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El Telégrafo
Gustavo Pérez Ramírez

Lucha en solitario contra la corrupción

01 de agosto de 2017 - 00:00

En el tomo IV de su Historia General del Ecuador, dedicado a la Colonia, Mons. González Suárez,  de hecho, emprendió una cruzada solitaria contra la degradación de costumbres y todo tipo de corrupción, que iba describiendo a medida que estudiaba los acontecimientos, como le corresponde al historiador, en vez de ocultar o encubrirlos. Dado que la Colonia fue la madre de todas las corrupciones, el tomo IV abunda en casos desvergonzados, no solo de las comunidades religiosas, sino de la nación, y de la administración de la Real Audiencia de Quito.

Un caso particularmente vergonzoso se refiere al español Antonio de Morga, octavo presidente de la Real Audiencia  de Quito, hombre de letras e historiador, quien había desempeñado varios y muy importantes cargos en España y en América, antes de posesionarse en Quito el 30 septiembre de 1615. Dejó a la posteridad un funesto legado  por abuso del poder: “¡Necio sería yo, si de Quito saliera pobre!”, llegó a sostener con desfachatez, justificándose cínicamente: “Bien cara me costó la Presidencia: un rico salero de plata con cuchillos de oro, y muchas cosas preciosas del Japón y de la China envié de obsequio a mis amigos del Real Consejo de Indias”.

Abundan relatos de sus acciones corruptas, a través de varios capítulos, en los que su autor refiere los abusos cometidos, aun para disponer a su antojo cómo habían de ser las ceremonias sagradas en la catedral. Tenía la más completa subordinación a su voluntad y hasta a sus caprichos al obispo de Quito, Fray Alonso de Santillán.

“Por una especie de fatalidad”, comenta González Suárez, “hasta los hombres buenos y mejor intencionados, cuando venían a Quito investidos de autoridad, se dañaban, abusaban del poder  y cometían escándalos”. Así explica por qué hombres como el doctor Morga cometieron tantas y tan escandalosas faltas durante su gobierno.

Siendo presidente de la Real Audiencia introdujo grandes cargamentos de contrabando y estableció en Quito un almacén de mercaderías a cargo de uno de sus hijos para la venta de géneros, cuyo comercio estaba severamente prohibido; puso mesa de juego en su propia casa con prácticas que lo beneficiaban; sus costumbres eran poco ajustadas al recato y a la moral cristiana.

La segunda esposa de Morga era también viuda y tenía una hija joven; Morga quería que se casara con su hijo varón, de su primera mujer, a fin de no rendir cuentas del patrimonio de la entenada de la cual había sido nombrado tutor.

Semejante manera de gobernar fue ruinosa para el pueblo y los que más padecieron fueron los desvalidos indios, los corregidores abusaron de la impunidad y oprimieron las provincias. Situación lamentable que perduró cuando Morga volvió a hacerse cargo de la presidencia de Quito y completó 20 años de gobierno, el período más largo de todos.   

Coincidió con la visita del célebre inquisidor Mañoza, quien descubrió que la observancia religiosa en los conventos de Quito había caído en relajación hasta llegar al estado más lastimoso de escándalos, aunque no faltaron en todos los claustros mujeres y varones de vida ejemplar. (O)

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