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El Telégrafo
Carol Murillo Ruiz

Los desesperados se van con cualquiera

12 de septiembre de 2016 - 00:00

Siempre será un absurdo querer probar las mentiras que genera el sentido común en cuestiones tan significativas como la política, por ejemplo. Desde que la democracia se afianzó como forma de gobierno, con los límites sociales del liberalismo político, hay quienes sueñan con rehacer el ideal de que en democracia la soberanía radica en el pueblo, o que el ejercicio del poder es depositado —por este— en sus representantes. Lo de fondo, el liberalismo económico, nunca se ha puesto en duda.

Así, los logros liberales suplieron cada asomo de subversión en un orden que lo ocupaba todo: política, economía, sociedad civil, vida cotidiana, laicismo, religiones, partidos, gremios, etc. El fin, quizá, era pulir las formas y no tocar el fondo. Por añadidura, el siglo XX concibió el oxígeno para las élites que escoltaban la democracia: la alternabilidad. La dirección del gobierno debía alternar nombres, partidos y, acaso, la flor y nata de las tropas; porque no estaban en disputa las reglas del juego, menos aún el juego. Democracia y dictadura han usado el mismo esquema contra la plebe; por eso alternabilidad quería decir incluso: cada grupo (económico o castrense) tiene derecho, en algún rato, a ganar/asaltar el gobierno. Y una cosa más: no se negociaba, en la discusión (democrática), cambiar el Estado, o modificarlo. El Estado era, con civiles o con militares.

Pero cuando en Ecuador se antepuso y gestó lo constituyente, en 2007 y 2008, es decir, aquello que es imperativo para que una sociedad vuelva a pactar su relación con la figura histórica que articula la cosa pública, los berrinches volvieron. Ergo, democratizar el Estado devino en un crimen. ¿De allí germinó el odio a Montecristi y el rencor anticorreísta?

Hoy la consigna de los desesperados se condensa en una frase: “Cualquiera, menos Alianza País”. ¡Qué finura política! Pareciera que la escuela clásica liberal nutre esa consigna…, pero no. En realidad es una noción conservadora del Estado, es decir, la apoteosis del sentido común inoculada en los demócratas a través de la cultura de masas y el altruismo social. Claro que suena bonito. Muy bonito. Pero la conflictividad política, nacida de cada malestar social concreto, es precisamente lo que le da enjundia al Ecuador actual y derrumba el deseo de ver a Correa fuera de la historia y de la conciencia popular.

¿Cualquiera, menos Alianza País? Para empezar habría que hacer una distinción entre el movimiento que organiza a los partidarios de la revolución ciudadana y el proyecto político nacional llevado a cabo por quienes forman y activan el proceso desde sus múltiples instancias. La compenetración de estos 2 elementos ha hecho posible que Rafael Correa amplíe su plataforma política para cernir lo posible de lo perfecto en el ámbito de lo público y conjugar realidad y acción en su gobierno.

Por eso continuidad es el concepto que mejor describe la necesidad de sostener lo logrado en esta década. Desmontar cada conquista del correísmo será, es obvio, obra de cualquiera que desprecie la justicia social, patrocine la muerte del Estado y utilice a la chusma solo para votar contra el futuro. (O)

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