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El Telégrafo
Maximiliano Pedranzini. Ensayista argentino

Los "Cuadernos negros" de Martín Heidegger

29 de mayo de 2016 - 00:00

Hace unos días se cumplieron 40 años de la muerte de Martín Heidegger (1889-1976), considerado por el pensamiento occidental como uno de los filósofos más importantes del siglo XX. Un apelativo algo exagerado para un filósofo si consideramos que la filosofía alcanza su sazón en la praxis y no en la mera interpretación, fundamentalmente si esta es acompañada por la coherencia, un elemento ausente en la vida y obra del filósofo alemán.

En rigor, los aportes esenciales de Heidegger a la filosofía desde el plano ontológico se han visto “enturbiados” por su simpatía con el nazismo, cuando el régimen alemán se encontraba en pleno ascenso a partir de 1933, en el que el Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (NSDAP) con Hitler a la cabeza, ganó las elecciones, mismo año que asume como rector de la Universidad de Friburgo con el apoyo del grupo de las SA (1931-1934) comandado por Ernst Röhm, donde pronuncia su conocido “Discurso del rectorado”, mostrando un claro apoyo al nuevo proceso político que se estaba gestando en la nación germana.

Sin embargo, esta afinidad al ideario nazi que duraría, según algunos de sus apologistas, unos cuantos meses, se traduciría en papel con los llamados “Cuadernos negros”      -Schwarze Hefte en alemán- que reúne una serie de apuntes escritos en treinta y cuatro cuadernos de tapa negra entre 1931 hasta su muerte en 1976, donde se observa una impronta antijudía y de un nacionalismo de derecha. La publicación alemana editada entre 2014 y 2015 por Peter Trawny que integra los primeros diecinueve cuadernos divididos en cuatro volúmenes, ha reavivado el debate en torno a la posición política del filósofo que sin duda diluye esa trascendencia intelectual que supo ganarse en el último siglo.

El carácter político del pensamiento de Heidegger cobra dimensión en estos cuadernos, poniendo en perspectiva una de las fuentes que nutrió y estructuró su sistema filosófico y que no pasa desapercibida  después de largos años. Su concepto de Ser que es el núcleo central de su filosofía, fue construido en parte con la subjetividad política adherente al nazismo de los años 30 y 40 donde se puede observar una preocupación por la idea de patria y el destino de Alemania como nación. Esto luego de finalizar la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) se tradujo en el conocido “silencio” de Heidegger, que consistió en no expresar un mea culpa por sus posiciones a favor del régimen nazi.

Quizá, para trazar un paralelismo en la historia intelectual, el caso de Heidegger se asemeja al del escritor argentino Jorge Luis Borges, quien, a pesar de ser portador de una prosa formidable, ha manifestado su admiración por las dictaduras militares, tanto en Argentina como en Chile con la de Augusto Pinochet, quien lo recibió con honores en septiembre de 1976. Pero las diferencias conceptuales entre uno y otro no son un tema menor, ya que Heidegger fue un filósofo que indagó en los problemas existenciales del hombre y edificó una dura crítica al capitalismo por fuera de la teoría marxista, lo que en efecto constituye una flagrante contradicción recordando que el nazismo es por definición “capitalismo sin democracia”.

Cuando se lee a Heidegger o a Borges, se los suele leer con y desde la desmemoria, que es el peor lugar para introducirse en ellos, el más oscuro y tenebroso por donde encararlos, y la memoria en tanto antagonista de la anterior, debe iluminar esos lugares sombríos y vacíos de toda sensibilidad social y temporal que son, en consecuencia, los que le dan sentido real al pensamiento y a la praxis de autores en cuya naturaleza se bifurcan estos dos conceptos de modo contundente y definitivo. Esta operación de escisión entre la literatura y la praxis política atraviesa y trasciende a los propios pensadores, resignificando el status intelectual conquistado por varias décadas y poniéndolo en tela de juicio, no solo desde lo ético y lo ideológico, sino desde el lugar prominente como el filósofo más importante del siglo XX.

A mi juicio, y retomando la idea planteada en el primer párrafo, la consideración hecha desde la matriz de pensamiento occidental es desmesurada y solo pondera el logos epistémico por sobre la praxis política concreta que, como vemos aquí, terminan por contradecirse catastróficamente, por lo que a la hora de hablar del filósofo más importante de la última centuria -y entendiendo a la filosofía como praxis- tenemos que mencionar a Antonio Gramsci y en esta mención reivindicar su nombre, porque en su nominación habita el máximo estadio de la filosofía que es la praxis y es la praxis la que constituye y configura la filosofía más pura y genuina. Ergo, la importancia de un filósofo no está determinada por la concepción que tenga del mundo, sino por cómo lleva ese pensamiento a los campos de la experiencia y la praxis colectiva, para no caer en el solipsismo como ocurre con los que elevan al autor de Ser y tiempo sin plantearse esta cuestión. Si el hombre, en tanto sujeto, es la medida de todas las cosas como formulaba Protágoras, la praxis por lo tanto es la medida de toda filosofía y allí es donde radica su verdadera importancia. Como decía Karl Marx en su célebre Tesis XI: “Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo” (Friedrich Engels, Ludwig Feuerbach y el fin de la Filosofía clásica alemana, Buenos Aires, Lautaro, 1946, p. 59). Con este apotegma nace la filosofía de la praxis. Es el imperativo categórico que define el espíritu culminante de la filosofía. No por nada Heidegger detestaba esta frase de su compatriota. Ahora, los “Cuadernos de la cárcel” de Gramsci -escritos a partir de 1929 cuando se encontraba confinado por el fascismo de Mussolini- son la contraparte de los “Cuadernos negros” de Heidegger, no solo desde lo filosófico y por la tonalidad de la tapa que no era precisamente negra, sino desde lo ético que tuvo un enorme peso en la vida del filósofo italiano y desde ese claro emergieron la coherencia y la cohesión que son, en suma, los pilares fundamentales de toda filosofía. (O)        

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