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Lucrecia Maldonado

Lo que nos toca

10 de mayo de 2017 - 00:00

En estos días, tras la campaña electoral más agresiva que se ha vivido en nuestra historia, se ha visto la sombra de nuestra sociedad, sobre todo en los sectores de la población que se han sentido (o han creído sentirse, o les han dicho que han sido) ‘afectados’ por las políticas generales y particulares del gobierno de la Revolución Ciudadana.

Más allá de nombres o candidaturas, es importante tomar en cuenta algunas de las lecciones que nos ha dejado el último proceso electoral:

Sería importante, desde la legalidad, clarificar los requisitos para acceder a cualquier candidatura: ¿debería poder acceder a una candidatura, por ejemplo, alguien que tiene actos de corrupción comprobados en su historial?, ¿debería tener la posibilidad de acceder a una candidatura a cualquier dignidad alguien que preconiza actos de odio, tales como linchamientos, ahorcamientos, o llama a guerras civiles o solicita la participación de las Fuerzas Armadas por encima de la ley suprema?, ¿es importante que quienes aspiran a altas dignidades en el país cuenten con formación superior, para qué cargos y de qué nivel?

Pero más allá del aparato legal, se hace necesaria una formación política de la población. Algo muy importante es tomar con pinzas los rumores y cuestionarlos internamente con un sencillo método: ¿qué se dice? versus ¿qué se vive? El rumor dijo desde 2006 que a quienes teníamos un determinado número de propiedades se nos iba a obligar a compartirlas con alguien, ya sea una habitación de nuestra casa, un auto extra o una propiedad que no ocupamos. Ahora bien, ¿qué ha sucedido en estos diez años? ¿Existe en todo el país una sola persona que haya sido obligada por el Gobierno a alojar un indigente en su dormitorio extra o su sala de estar? Igual: se afirma que ha habido una represión nunca vista en el país. Conviene consultar las cifras, contrastar los datos, averiguar cuántos presos políticos, cuántas desapariciones forzadas (no casuales y peor metafóricas) se han producido, qué han dicho organismos internacionales serios al respecto. Así se tendrá una idea más clara respecto de por quién se puede votar.

Y algo más importante, todavía falta mucho para arribar a una comprensión de que, si se favorece el bien común, a la larga todos los habitantes del país saldrán beneficiados. Obviamente algunos tendrán que renunciar a ciertos privilegios, o aceptar su disminución; pero en un país ‘oral y desmemoriado’, y no solo eso, sino aferrado en ciertas esferas a tradicionales usos sociológicos como el parentesco, el compadrazgo y el palanqueo indiscriminado, todavía es complicado influir en la elevación del nivel de consciencia de la gente para que obre desde la ética y la búsqueda del beneficio para las mayorías antes que para el interés de unos pocos.

Finalmente, aunque parezca una típica petición de peras a un olmo, es importante aprender a pensar en el país que somos. Y más que en el país, en la comunidad. En la posibilidad de construir sociedades incluyentes, sin discriminación, sin pobreza extrema y en donde no solamente el Gobierno, sino todos los ciudadanos contribuyamos a que sea para todos lo mejor. Y saber discriminar quién estará más preparado para cumplir con este objetivo. (O)

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