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El Telégrafo
Lucrecia Maldonado

Lo público y lo personal

04 de enero de 2017 - 00:00

Han pasado algunos años desde que una buena amiga dijo que ella me quería mucho ‘a pesar de mis ideas políticas’. Me llamó la atención, y podríamos decir que hasta me dolió un poco porque yo a ella la quiero (la sigo y la seguiré queriendo, eso no cambia), no a pesar, sino con sus ideas políticas incluidas en el paquete, aunque no esté de acuerdo con ellas, que prefiero pensar que es lo que ella quiso decir cuando afirmó lo mencionado.

Hemos visto en redes sociales también pequeños y tímidos ‘memes’ que ante la andanada de insultos y agravios de todos los colores, sabores y tonos piden, y a veces ordenan, que las disputas políticas no provoquen la discordia familiar ni rompan las amistades. Pedido necesario porque en esta parte del mundo, en mucho, pensar diferente se toma como una agresión personal.

Pero no se trata solamente de eso. Se trata también de que algunas destrezas básicas del pensamiento humano y de la argumentación están un poco desfiguradas dentro de la cosmovisión ecuatoriana al uso. Por ejemplo, la sencilla destreza de diferenciar un hecho de una opinión. Las opiniones son refutables. Los hechos son irrebatibles. Y en las mismas redes sociales se comparten cientos de miles de opiniones de ‘expertos’ que no son más que eso, opiniones, como si fueran hechos. Incluso cuando alguien habla de los casos de corrupción descubiertos (que, además, parecería que se han dado solamente desde 2007 hasta nuestros días), los que se comparten son artículos de opinión de los diversos blogs que pululan y en donde se habla mucho, pero se exhiben muy pocas pruebas fehacientes de lo que se afirma. Igual sucede con las entrevistas y los videos citados. Mucho verbo, pocas pruebas, y las opiniones expresadas como si fueran hechos, desde el ego ensoberbecido de quienes las emiten.

Otra destreza básica, esta más comunicacional, es la de argumentar enfocándose en la defensa de las ideas y no en la descalificación de personas. Entonces es cuando alguien se ve abocado a la compleja circunstancia de seguirme estimando como amiga ‘a pesar’ de mis ideas políticas. Si bien en ámbitos amistosos y familiares en los cuales sé que las opiniones son adversas a mi tendencia, siempre me abstengo de opinar y de deambular por temas ‘escabrosos’, sobre todo para evitar polémicas peligrosas y roces innecesarios que pueden terminar en algo más fuerte y desagradable, tampoco creo que deba condenarme al silencio per secula seculorum solo porque la gente (a favor o en contra) no sabe cómo controlar sus emociones y reacciona antes de razonar.

Son temas de madurez, claro, o de su falta. Pero pueden pesar e incidir peligrosamente en el momento de comunicarse, y sobre todo en el momento de tomar decisiones que nos afectarán a todos. O de seguir estimando a las amistades por encima de las diferencias. (O)

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