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El Telégrafo
Roberto Follari (*)

Líderes populares y continuidad política

26 de febrero de 2016 - 00:00

La derrota de Evo Morales en la consulta electoral por su posible reelección lleva a plantearse una vez más la difícil problemática de la continuidad de los gobiernos y procesos populares, cuando sus líderes dejan de tener vigencia (ya sea por vejez, retiro, muerte u otra razón). Obviamente que la vigencia de Evo se mantendrá por los varios años de presidencia que le restan, pero la pregunta por la continuidad del gobierno del MAS luego del presente período no deja de ser pertinente desde ahora.

Descartemos el torpe pero eficaz argumento de que los liderazgos son de por sí negativos, que seguro representan antidemocracia, demagogia, apuesta a peligrosos carismas... si la población elige repetidamente a la misma persona para gobernar, y las elecciones son limpias cada vez, es evidente que la democracia se mantiene. Así Felipe González gobernó España por 12 años y Helmut Kohl a Alemania por 16. A nadie le pareció problemático; pero si los liderazgos son latinoamericanos, son sospechados de un autoritarismo que no se adscribe a esos prolongados mandatos europeos.

En todo caso, ese gran politólogo que fue Laclau demostró que el liderazgo personal es altamente efectivo para recoger demandas plurales en un solo haz; es decir, ‘sintetizar’ a amplios sectores de población, convirtiéndolos en un colectivo autoidentificado como ‘pueblo’. Eso raramente se consigue con apelaciones abstractas e ilustradas a ideologías o programas: un líder es -en estado práctico- la llave de constitución mutua hacia el empoderamiento colectivo de sectores sociales subordinados. Y hay allí, como acabamos de sugerir, una construcción compartida entre subjetividad política colectiva y liderazgo personal: cada polo es necesario al otro, y el líder solo llega a serlo y a sostenerse como tal, si interpreta y lleva a su resolución las demandas de los sectores sociales que asumen su liderazgo.  

Explicado esto, el problema es que los líderes tienen límites temporales. Murió Chávez, murió Kirchner. O encuentran obstáculos para alargar su permanencia por razones institucionales, como ocurre con Correa o con Evo. En algunos casos llegaron a empoderar sucesores, como Maduro o Rousseff (ella, tras el liderazgo de Lula), pero ninguno de estos dos presidentes ha heredado plenamente el liderazgo de quienes les pasaron la llave del mandato gubernamental en sus respectivos países.

Y no es fácil la solución del dilema. Un líder, si va promoviendo a otro mientras él es el conductor, deja de aparecer como líder único del conjunto. Es difícil promover un sucesor que gradualmente alcance poder equivalente al conductor inicial, pues ello debilita el lugar del líder primero como promotor de identificación colectiva.

Pero reemplazar gradualmente al líder por alguna forma de institucionalización (la cual no excluye un liderazgo posterior, pero no se limita a ello) se hace imprescindible. Es este un problema que han tenido los procesos populares latinoamericanos de los últimos años y que se advierte drásticamente en la Argentina, donde al no poder reelegirse Cristina, el gobierno kirchnerista no encontró un candidato con fuerza equiparable y se perdió el gobierno, abriendo el camino hacia el actual abismo neoliberal y proimperialista de Macri. “Solo la organización vence al tiempo”, Perón señalaba ante este problema. Pero aunque lo entrevió, no lo enfrentó: cuando su muerte, la falta de conducción golpeó fuertemente a su movimiento, en 1974. Ello no impide que su frase sea la marca de una cuestión a resolver con urgencia en varios procesos populares latinoamericanos en curso. (O)

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