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El Telégrafo
Aminta Buenaño

Las misses ‘feministas’

10 de noviembre de 2017 - 00:00

Por la pasarela del Concurso de Miss Perú 2017 pasan alegres, bamboleantes, tacones de infarto, las concursantes. El público aplaude admirado desde las barras; desde los televisores, miles de ojos masculinos se aprestan a desnudar a aquellas muchachas, a medir su cintura, sus piernas, sus caras bonitas; a algunos se les cae la baba de ver tanta belleza semidesnuda y elaboran sus fantasías: "es que provocan".

De pronto cada una de ellas al coger el micrófono, en lugar de cantar las medidas del canon 90-60-90, empieza a nombrar impertérrita las cifras del horror feminicida en el Perú y a enumerar las brutales agresiones contra niñas y mujeres. El público, estupefacto, las ovaciona y las redes sociales y los medios se desbordan maravillados aplaudiendo su valentía, llenándolas de elogios y declarando que esta acción era una: "Tremenda bofetada al machismo y contra la violencia de género"; "son un ejemplo", "un conmovedor alegato", "usaron la tradicional pasarela para alzar su voz contra la violencia de género". Esta acción de las misses peruanas, vista superficialmente, parece un triunfo de las mujeres, el empoderamiento vital, la visibilización de un drama social en un espacio tan hegemónicamente machista y rentable como es un concurso de belleza.

Pero lamentablemente, esta no era una denuncia que partía de un empoderamiento sincero, espontáneo o transgresor de las jóvenes. Estas bellas mujeres como maniquíes hablaban desde un guion efectista previamente elaborado para conseguir una estrategia de marketing y convertir los crímenes horrendos que viven las mujeres asesinadas en Perú, Ecuador y Latinoamérica en parte del espectáculo; en usar un gravísimo problema de crónica roja para conseguir audiencia y pasar por ‘progre’, ‘feministas’, mujeres de ‘avanzada’. ¿Y desde dónde? Desde el pódium de cristal de los concursos de belleza en donde de forma aberrante se juega con el cuerpo de las mujeres; carnicería en donde se valora al destajo las medidas del busto, de la cintura, de las caderas y altura del animal humano.

Claro que ellas alzaron su voz, pero desde el vasallaje del libreto aprendido. Desde el símbolo fálico de la pasarela enumeraron las "deslumbrantes cifras del feminicidio", sin que se les arrugara la piel. Estas declaraciones con aires de rebeldía no son más que estrategias del patriarcado. El lobo vestido de cordero redentor habla de sus víctimas. Las mujeres en las calles, en el parlamento, desde la escritura, en los micrófonos de los medios dan batalla campal; no confundiendo a la gente ni creando contradicciones absurdas desde lo banal de un concurso.

A leguas se huele la búsqueda del marketing, del rating; aunque sea chorreando sangre desde las boquitas preciosas de las misses. A nadie engañan los patrocinadores de estos concursos, las cifras feminicidas son de suicidio social, son atroces y no desfilan por la alfombra roja sino que merecen la condena, la cárcel y el repudio general. Fue una denuncia fuerte, valiente, frontal, desde un soporte falso. Más parecía que trataban de justificar el discurso de la belleza corporal con un reclamo feminista, de un supuesto empoderamiento de la mujer que solo era un guion de marketing. Y, en efecto, lo lograron, todas las redes hablaron, se viralizó la noticia.

Fue banalizar hechos violentos que merecen una profunda reflexión social. Un crimen, un feminicidio no es moda, no es para intentar sacar rentabilidad ni para andar bandereándolo en una pasarela. Estos crímenes deben ventilarse en los juzgados, en las asambleas, gritarse en marchas, pero no en rítmicas alfombras, a golpes de cadera y con un show preestablecido. Es una burla para tantas mujeres asesinadas de manera sangrienta el uso que el machismo le da para convertir la lucha de las mujeres por sus derechos en algo light, hipocalórico, producto de perchas.

El feminicidio no es un espectáculo, hiere de muerte la humanidad de las mujeres. A otros con esas trampas. El crimen no es un asunto de marketing estratégico, ni para endulzar un concurso que jamás podrá servir para el empoderamiento de las mujeres cuando las exhibe como mercancías.

El patriarcado es como el camaleón, cambia de colores según la ocasión. (O)

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