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Melania Mora Witt

Las elecciones y lo insólito

25 de febrero de 2017 - 00:00

Aunque el diccionario dice que “insólito es lo contrario a lo acostumbrado”, su significado es más amplio para el habla popular, que con ello se refiere a algo fuera de lo común, inadecuado o no imaginado. Creo que el comportamiento de una fracción opositora merece ese calificativo. No solo por las amenazas de “tomarse Quito”, como si se tratara de una fortaleza medieval enemiga, o al cercar los locales cercanos a los recintos en los cuales se escrutaban los votos.

Totalmente fuera de lugar estuvieron las amenazas y golpes a quienes identificaban como partidarios de candidaturas opuestas, identificándolas por el color de su vestimenta, o los gritos contra el mandatario actual, que no participaba en las elecciones. Imagino que con ello manifestaban su rechazo al Gobierno y a quienes triunfaron en la que resultó primera vuelta, pues, en buena medida, parte de los opositores actuó motivada más por el odio, que por la adhesión a sus respectivos candidatos.

Habiendo participado en mi ya larga vida en múltiples elecciones -algunas en las que intervenían personas muy cercanas a mi afecto, como mi padre-, añoro esos procesos en los cuales, más allá de la comprensible euforia por la opción preferida, había un nivel de respeto para el adversario temporal, que se mantenía por encima de todo. Y pienso, con pesar, que los medios de comunicación tienen un alto nivel de responsabilidad en el clima de exasperación creado últimamente. No eran solo diarios y televisoras que sesgaban la información -por ejemplo, al dar lectura al comunicado de las Fuerzas Armadas mencionando solo ciertos párrafos-, sino que algunas radios prestaron sus espacios para que personas desaprensivas lanzaran cualquier tipo de aseveraciones sin fundamento.

Las famosas ‘redes’ deberían tener algún tipo de control, eliminando el anonimato, lo que haría responsables -con las consecuencias legales- a quienes calumnien, insulten o echen a rodar noticias falsas que alarmen a la población. El Consejo Nacional Electoral, a mi parecer, debió actuar con mayor firmeza, para no permitir que turbas irresponsables ultrajen a quienes portaban urnas con votos provenientes de los recintos electorales. Era evidente que se trataba de amedrentar a los jueces del proceso y, en algunas ocasiones, estos cedieron, precipitando declaraciones. Pero las acusaciones de fraude de la oposición carecieron siempre de piso, ya que difícilmente se puede mencionar otro proceso más transparente.

Alianza PAIS triunfó en forma rotunda y es absurdo que se dé otra interpretación a los resultados. Lo que a mi juicio colmó el límite de lo insólito fue el llamado amenazante a las Fuerzas Armadas y a su máximo representante, por parte del candidato a la Vicepresidencia del binomio que ocupó el segundo lugar. No fue el único en convocar a los representantes de dicha fuerza, tal vez con el secreto deseo de que se diera una intervención. La única receta para las fallas de la democracia es perfeccionarla y, con madurez, dar ejemplo de que la nuestra es una sociedad en la cual se respeta la voluntad popular. (O)

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