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Melania Mora Witt

Las apropiaciones de la derecha

11 de marzo de 2017 - 00:00

La riqueza de la lengua española permite para cada palabra una serie de sinónimos: términos de igual significado, que a veces expresan mejor la idea. Así, junto al término apropiación, están: “usurpar, atribuirse, apoderarse, arrogarse, hurtar, robar, birlar, escamotear”, entre otros. Cualquiera de ellos explica en forma más acertada el procedimiento que, especialmente en estos momentos,  utiliza la derecha ecuatoriana.

Habla a nombre del pueblo, uno de cuyos sinónimos es “gente común y humilde de una población”, la cual en forma evidente no está representada por la ideología nombrada. En forma histórica, ‘la gente del común’ se identifica con los sectores que siente más cercanos, sea por su origen o por la posición adoptada en la vida política de un conglomerado. Y ha sido la izquierda, en sus diversas vertientes, la tradicional compañera de los intereses populares.

En la ya larga trayectoria de los pueblos por avanzar, hay cambios incesantes, producto de la lucha continua –a veces inadvertida-, de las fuerzas que pugnan por nacer y las que se resisten a desaparecer. Cuando ello se hace perceptible, en momentos en los que las nuevas  triunfan, se dan las revoluciones que empujan hacia nuevas conquistas. Los cambios -para ser verdaderos-, solo pueden conducir a espacios de mayores libertades y derechos para las mayorías, jamás para retroceder a estados en los cuales los beneficiarios eran pequeños grupos privilegiados; se trata -si eso sucede- , de un retroceso o involución. Por eso la palabra “cambio” solo puede atribuírsela la izquierda.

Desde luego las agrupaciones que representan a los sectores retardatarios han utilizado en forma continua palabras que en ellas son engañosas: Aún recuerdo el eslogan ‘pueblo, cambio y democracia’ y otros parecidos que estuvieron vaciados de contenido y en la práctica no volvieron a ser recordados. También lo es atribuirse el triunfo en la lid electoral, o decir que el fraude fue impedido por la algarabía de unos pocos en las calles.

A los juegos semánticos -de terribles consecuencias para el futuro- se añaden los disparates. El integrante de uno de los binomios se atrevió a amenazar al personero mayor de una de las  ramas armadas y este, lejos de reaccionar, se plegó a tal actitud, que debió rechazar airadamente. Lo es también entrevistar a prófugos de la justicia y tomar sus ‘revelaciones’ como fuente; o sugerir que en otra editorial que no fuera la contratada por el CNE se imprimieron papeletas de votación, todo ello sin prueba alguna. Debe haber un límite ético aún para los delirios.

Curiosamente hay hechos que sí son privativos de la derecha, pero que no son reivindicados por ella. La ecuatoriana no menciona ni se enorgullece de la autoría de la ‘sucretización’ que licuó las deudas de los poderosos, o  de la  Ley de Instituciones Financieras de 1994 y la  creación de la AGD; del salvataje bancario y otros hechos que abrieron las puertas al desastre que vivió el país a partir de 1999. En tales acciones catastróficas, la derecha sí puede reclamar su propiedad única e indiscutida. (O)   

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