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El Telégrafo
Sebastián Vallejo

La tragicomedia de Trump, Clinton, y lo que pudo ser

21 de octubre de 2016 - 00:00

El miércoles se dio el tercer y último debate presidencial de EE.UU., en una campaña electoral que resultó en la tragicomedia más peligrosa de la historia reciente. Hillary Clinton y Donald Trump son los candidatos más impopulares de todos los tiempos. Más del 50% de las personas tienen una visión desfavorable de ambos candidatos, la mayoría creyendo que Clinton no es digna de confianza, y que Trump es racista, misógino, xenófobo, mentiroso y la lista sigue aumentando a medida que sigue abriendo la boca. Es el opuesto de esa campaña de esperanza con la que Obama se ganó la presidencia, motivando a jóvenes y a minorías a votar por el cambio. En estas votaciones parece que salen a votar por el mal menor, que no es poca cosa, si tomamos en cuenta lo que significaría para la sobrevivencia de la especie humana si ganase Trump.

Por el momento, parece que Clinton tiene la presidencia en la bolsa. Todas las predicciones estadísticas le dan más del 90% de la posibilidad de ganar. La limitación de estas predicciones es que se basan en el comportamiento del electorado como el agregado de las elecciones pasadas. Pero, dado el estado de las cosas, estas elecciones se parecen muy poco a las pasadas.

En el inicio de las primarias todos pensaban (y me incluyo) que las generales la pelearían Jeb Bush, Marco Rubio o Ted Cruz. No se ha creado el modelo que explique la nominación de Trump. Aunque todo indica que hay un límite para tanta barbarie (así haya tenido que antes insultar a latinos, musulmanes, negros, mujeres, discapacitados, al concepto de redistribución a través de impuestos) y la lógica indica que este tipo no puede llegar a ser presidente. La prudencia y el pesimismo sugieren esperar hasta que los votos estén contados.

Lo más terrible de todo esto es lo perdido. Después de la nominación de Clinton, el ala más progresista del Partido Demócrata se enorgullecía de la plataforma con la que iría a las generales. Bernie Sanders, el autodenominado socialista y con quien peleó por la nominación, movió hacia la izquierda a Clinton, quien terminó aceptando mucho de lo que proponía Sanders. Se habló sobre universidad gratuita, aliviar el problema de deudas estudiantiles, expandir la seguridad social, reforma bancaria, reforma tributaria y, en general, una propuesta tirando mucho hacia una socialdemocracia y un estado de bienestar (aunque todavía lejos de serlo).

La estrategia de Clinton es dejar que Trump hable y que ese pez muera por su boca. En las últimas semanas, la campaña de Trump está envuelta en todo tipo de acusaciones y escándalos. Su trato a las mujeres, el más reciente, ilegal y repugnante de sus comportamientos, ha iniciado el éxodo de apoyo de los propios republicanos.

Es muy poco lo que habla Clinton de su propia propuesta. Es más fácil traer a colación las mentiras de Trump, sus comentarios, el peligro como presidente. En los tres debates hubo siete preguntas sobre Rusia y cinco sobre ISIS. Cero sobre cambio climático, educación, pobreza, drogas, el medio ambiente, privacidad y derechos LGBTI. Se mencionó a Putin 178 veces y educación solo 18.

Clinton ya no debe sentir ningún compromiso por esa plataforma progresista con la que fue nominada. Llegó a las primarias con una propuesta bastante neoliberal, atada por un pasado elitista e íntimamente relacionado con Wall Street. Para el statu quo de EE.UU. es mejor para el mundo que Trump. O por ejemplo, y dejando de lado las hipérboles, la diferencia entre el actual y terrible sistema migratorio, y uno donde la persecución a los migrantes sea más abierta, más activa y más deshumana. (O)

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