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El Telégrafo
Roberto Follari (*)

La socialdemocracia ya no es progresismo

30 de septiembre de 2016 - 00:00

La socialdemocracia surgió del seno del marxismo, como pretensión (por ej. en el laborismo británico) de cambiar el sistema desde dentro y sin revolución abrupta. Con el tiempo, se advirtió que lo que podía lograrse como reformas dentro del capitalismo, en ningún caso podía llegar a la expropiación de los grandes empresarios: del tal modo, la socialdemocracia derivó hacia un ‘capitalismo redistribucionista’. Es decir, se asumió como lejano a la revolución social e interno al sistema partidista burgués: pero, dentro de ello, orientado claramente a la mejora de los sectores sociales subalternos, y al mejoramiento de sus condiciones económicas y sociales.

Esa es la socialdemocracia que emergió como modelo de redistribución tras la II Guerra Mundial, que implantó al hoy olvidado ‘Estado de Bienestar’ en Europa: economía mixta, participación regulatoria del Estado, derechos laborales garantizados. Aquella socialdemocracia del primer Felipe González en España, la de Olof Palme (luego asesinado) en el ejemplar caso de Suecia, la de Helmut Schmidt en Alemania -por entonces ‘Occidental’-, la del temprano Mitterrand en la Francia de 1980, capaz esta incluso de apoyar al Frente Farabundo Martí, oposición guerrillera al estado policial de aquel momento en El Salvador.

Pero la globalización como efecto de la concentración creciente del capital, la caída de la Unión Soviética, más el modelo neoliberal que exigía libre mercado casi absoluto, terminaron con esta propuesta. Y vino así el auge de Thatcher y Reagan, para aparecer luego el mal llamado ‘Consenso de Washington’; satanización del Estado en la economía y en lo social, ley del más fuerte, despliegue del capitalismo salvaje a nivel planetario.

En esa polarización mayor entre capital y trabajo, la socialdemocracia -por su respeto a las formas del republicanismo burgués- quedó como impotente presa del sistema. Hoy es una modalidad más de la dictadura generalizada del capital. Felipe González, ‘lobbista’ tardío que va a Venezuela a oficiar políticas del imperio y a Argentina a buscar negocios para multinacionales, es síntoma elocuente. Ya no hay espacio para una especie de ‘redistribucionismo suave’. Para torcer al capital se requiere mucho más poder que en otros tiempos: ese que por su parte los gobiernos ‘neopopulistas’ -los nacional/populares- han sabido concentrar en Venezuela, Bolivia o la Argentina hasta 2015. Es que con medias tintas, hoy se queda atrapado en la lógica dominante, y eso ha llevado a que la socialdemocracia sea hoy un apéndice (a veces no intencional) de esa lógica.

Condoleezza Rice, brillante estratega del imperialismo y académica de prestigio, supo decirlo en su momento: “Nuestro enemigo en Latinoamérica es el populismo”. Sabía lo que decía: para Estados Unidos, los gobiernos nacional/populares ya eran, a esa altura, el único enemigo de importancia en el mundo como modelo político alternativo vigente (los demás estribaban en el campo de la violencia, como Al Qaeda, que no cuenta para este tipo de análisis). Y es por ello el ahínco y énfasis puestos en la restauración conservadora, que toma como execrables a aquellos gobiernos que sí han mejorado la situación social de sus pueblos (Argentina, Brasil, Venezuela, y siguen firmas...). (O)

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