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Fernando López Agudín

La salvajada de Barcelona

04 de octubre de 2017 - 00:00

Las imágenes de las cargas policiales en Barcelona dan la vuelta al mundo. De la marca España no queda ni las raspas. Las de la ciudad condal no son más que un fragmento de la brutal represión policial que anteayer se abatió sobre cientos de miles de pacíficos catalanes en toda Cataluña. Si se dice que una imagen vale diez mil palabras, la colección de salvajadas de este 1 de octubre constituye todo un amplio diccionario sobre la baja catadura moral de la mafia corrupta instalada en la Moncloa.

Una cadena de políticos bajo sospecha de toda clase de delitos, una fiscalía reprobada, un Tribunal Constitucional desacreditado tras la última reforma de 2015 impuesta por el PP, han ordenado a las fuerzas de seguridad del Estado protagonizar lo que será conocido como la salvajada de Barcelona. En tan solo un día se han visto obligadas a recuperar los malos hábitos que la desaparición de la dictadura del general Franco había enviado al baúl de las viejas prácticas de Interior.

En un día se han cargado el famoso modelo de la transición que había asombrado al mundo al final de la dictadura. En 24 horas han barrido al régimen de 1978. Ya mortalmente herido por la reforma del artículo 135 de la Constitución, que nos condena a pagar la deuda antes que atender los gastos sociales de la inmensa mayoría de los españoles, recibió el tiro de gracia de la mano de Rajoy que firmó la carga policial contra una masiva concentración social. Adiós a todo diálogo, a la transacción política; bienvenida a los bastones, balas de goma, gases lacrimógenos, salvas. Desde aquel gobierno de Arias Navarro, el de los asesinatos de Vitoria, no se había vuelto a vivir en las calles las escenas de violencia contra pacíficos manifestantes.

Si Pablo Iglesias, el fundador del PSOE, levantara la cabeza, correría a gorrazos a Sánchez y sus plañideras. No digamos de todos los líderes socialistas de la II República. Que el socialismo avale la salvajada neofranquista de Barcelona carece de explicación, comprensión o justificación. ¿Para qué compitieron con Susana Díaz antes del verano? Para hacer la política de Susana Díaz nada más empezar el otoño.

Los letratenientes, habituales firmantes de manifiestos gubernamentales, son igualmente cómplices de la salvajada de Barcelona. Cabe, si es necesario, criticar la política de la Generalitat, cuestionar la ilegalidad de su actuación, pedir que no se vote, siempre y cuando vaya acompañado al menos de una mínima denuncia sobre la irresponsabilidad del PPSOE en el tema catalán. Este nuevo compromiso político de los intelectuales, al contrario del sartriano, es el penúltimo reflejo de la degradación de la cultura llevada a cabo por ese ‘poder cultural’ que la ha manipulado a lo largo de varias décadas desde el lobby de Prisa.

La salvajada de Barcelona exige una moción de censura. Lo de menos es que cuente o no con los votos necesarios. Si se presentó por la corrupción, mucho más lo es por la involución autoritaria que se desprende de aquel día dramático en Barcelona. La extraordinaria amenaza de ruptura del Estado español, como consecuencia de la política de Rajoy, que muera España para que viva el PP, demanda a gritos un diálogo entre la Generalitat y un nuevo gobierno central encabezado por un líder progresista que recoja todo el voto de centroizquierda.

Ese debate parlamentario permitiría visualizar a todos los partidarios, directos e indirectos, de una política de enfrentamiento de todos los pueblos que aún componen España, mediante la represión con los bastones, las balas de goma y los gases lacrimógenos. Urge poner pie en pared y frenar a Rajoy, tanto como emplazar a los que ponen dos velas al dios de la Moncloa y una al diablo. (O)

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