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Sebastián Vallejo

La política de la consulta popular

06 de octubre de 2017 - 00:00

En el clima actual, el presidente Moreno transita entre el insulto de sus detractores, y las moderadas loas de quienes se siguen sumando a su línea política. Quienes se oponen a Moreno, lo hacen con la vehemencia que solo puede venir de sentirse personalmente traicionados. Más interesante es ver de donde nacen los sentimientos de sus simpatizantes. Porque esas pasiones de quienes se oponen a Moreno suelen estar ausentes en quienes lo apoyan.

Si el apoyo viene por su tono parsimonioso y conciliador, es un apoyo que llega más desde la subestimación de sus capacidades, que desde la admiración de estas. Me explico. El apoyo a Moreno desestima su astucia como un hombre político porque asume que su posición como dialogador viene de una ausencia de motivación o estrategia política. Ser bonachón, prestar oídos a las diferentes voces, en el imaginario (de quienes lo apoyan) no es compatible con ser calculador y estratégico. Incluso quienes lo insultan suelen aludir frecuentemente a su falta de capacidad. Lo cual sigue cayendo en esta subestimación a Moreno. Y si algo ha demostrado el Presidente en estos cuatro meses, es que tiene más de Carlos II que de Pepe Botella. Lenín no debe ser subestimado como político. Es bajo esa premisa que también se debe pensar la consulta popular.

Dejando de lado el análisis de las preguntas en la consulta, y la especulación sobre las intenciones reales detrás de estas, este proceso electoral no hace más que posicionar a Moreno en el espacio político donde quiere estar a inicios de 2018. El presidente Moreno entró auspiciado por un partido que se había planteado el necesario continuismo a un proceso político que se veía amenazado por una empeñosa oposición (según el discurso manejado desde PAIS, que veía a la CIA y a las conspiraciones en todas partes, pero fue incapaz de mirar donde todos los dedos apuntaban: puertas adentro).

Pero Moreno se desligó tempranamente de esa atadura y denunció (justa o injustamente) el estado de las cosas. No solo que Lenín es el dialogador, si no que en su discurso es tan víctima de los últimos diez años como el resto de ecuatorianos. Cualquiera que sean las pretensiones políticas de Moreno, el plan de gobierno que pretende llevar a cabo en los próximos cuatro años necesita de apoyo y legitimación ante las disputas internas de un partido que en el mismo aliento lo desdice y lo celebra. La consulta entonces se transforma en una señal de fuerza hacia el resto de aparato político. Una consulta donde terminó dando gusto a todo el mundo (menos a sus opositores), sin tener que invertir capital político.

No necesita jugársela por ninguna posición, más que aquella que le quita legitimidad a una posible candidatura de Correa en el futuro, y cualquiera que en este momento apoye esta candidatura. De ganar ahí, Lenín podrá finalmente revelar su mano. Podrá entrar a 2018 blindado, con un proceso que ha encarcelado por corrupción a un vicepresidente, que ha logrado distanciarse exitosamente de una figura política como Correa (que tantas pasiones despierta), y que habrá relegitimado su condición de representante del poder popular sin que nadie vuelva a sacarle en cara el apoyo que necesitó para llegar a la Presidencia en primer lugar.

Entonces podrá manejar cualquier turbulencia que venga del plan económico para manejar la crisis (del cual todavía se sabe poco, aunque septiembre ya pasó). Podrá finalmente exponer su proyecto político para los próximos cuatro años y controlar a la oposición (de donde esta venga). Y lo hará todo legitimado y con capital político de sobra. No hay una conclusión normativa de este análisis. Es solo una apreciación de la política detrás de la consulta popular, para recordar que un político conciliador sigue siendo un político. (O)

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