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El Telégrafo
Aminta Buenaño

La palabra secuestrada

12 de abril de 2017 - 00:00

No existe arma más mortal que la palabra. Con ella se incendian ciudades, se arruinan reputaciones, se inventan calumnias, se manipula, incitando a muchedumbres confundidas a arrojarse a las calles dispuestas a destruir bienes públicos y privados. Y las palabras cuando no están conducidas por el hilo de la razón, el sentido común y la ética, atemperadas por el respeto al otro, pueden envenenar con sus discursos de odio a comunidades enteras y mantenerlas en un estado de ebullición permanente como caldo de cultivo putrefacto que impide la estabilidad y el Gobierno.

Esta parafernalia la estamos viviendo ahora, aupada en las palabras de odio de líderes irresponsables de CREO que basados en un supuesto derecho a gobernar desde la especulación y la sospecha, ejercen un mediático berrinche social que si no fuera por lo que son y representan, no pasaría del derecho infantil al pataleo que nada sabe de razones y sí mucho de capricho.

La palabra ha sido prostituida, falseada, secuestrada, usada como excremento, como “maquinaria del fango” como diría Eco, para convocar al caos, a la violencia hasta el fanatismo y la incoherencia. Las redes sociales se han convertido en una cloaca de todo lo repugnante que puede verter un ser humano.

Hemos visto sorprendidos cómo ciertos líderes atizan los carbones del infierno tomando la palabra para incendiar ciudades, cerrar calles, quemar llantas, tirar huevos, alterar la vía pública buscando ganar por el terror lo que no obtuvieron por las urnas. Hemos visto usar la palabra fraude como se arroja una bomba, como detonante para incordiar y enfrentar unos contra otros.

Hemos visto cómo se construyó la arquitectura verbal del rumor para insuflar el espíritu de la duda y la desconfianza en las instituciones, con la falaz intención de sembrar en el imaginario popular la idea del fraude si no ganaba el “elegido”. Los mismos que hablaban de la prepotencia del presidente, son hoy las hordas que marchan por las calles gritando: ¡Correa h…p!

Los mismos pudendos que se rasgan las vestiduras clamando que Ecuador sigue los pasos de Venezuela, son hoy aquellos que en las calles provocan el caos y vejan a instituciones y autoridades. Los que meten miedo con el cuco de Venezuela y Cuba. Los que agreden a ancianos por ser “chiros y vivir del bono”.

Los mismos que apelan a la ley en su discurso para legitimar su reclamo, son aquellos que en los hechos la desconocen y escamotean, al pedir -contra la ley- que se abran todas las urnas.

Es triste descubrir que toda esta historia de intolerancia nace porque se desnudó un poder que había sometido al país por siglos; porque cierta élite no perdona que haya habido un Gobierno que los enfrentó, los desnudó y puso límites a su poder.

En un contexto de construcción del reino de la incoherencia todo apunta a crear un golpe de Estado acudiendo a Dios y el diablo para romper la democracia; claro está siempre “en nombre de la democracia”.

Ante palabras incendiarias que buscan sembrar el terror es importante responder con palabras de paz apegadas a la justicia y a la verdad. La paz no se construye desconociendo el orden legal, rechazando la voluntad popular expresada en las urnas, deslegitimando instituciones, invocando al caos. La paz se construye con la serenidad de la razón, el diálogo, el sometimiento a la ley; con el respeto mutuo, que son valores intemporales y eternos. Con el diálogo fraterno que sí es posible si preñamos las palabras de buena voluntad y consensos mínimos. Si pensamos en la patria. (O)

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