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El Telégrafo
Mónica Mancero Acosta

La marcha narcisista

21 de octubre de 2017 - 00:00

Los fundamentalismos pululan en todo el mundo, un mundo que vive lo que el antropólogo Arjun Appadurai ha llamado una modernidad desbordada. En un mundo de supuestas fronteras abiertas, mercados libres y democracias jóvenes, coexisten tendencias hacia un repliegue, hasta el punto mismo de un rechazo furioso de las minorías.

Este fundamentalismo cultural puede verse como un repertorio de esfuerzos por producir niveles de certidumbre en torno a la identidad social, los valores, la supervivencia.

La violencia es un modo de producir lo que el autor llama ‘plena adhesión’, cuando las fuerzas de la incertidumbre social están aliadas con temores acerca de amenazas a las formas de vida tradicionales, seguridad, pérdida de soberanía.

Las mayorías pueden volverse predatorias respecto de las minorías, precisamente cuando estas les recuerdan a las mayorías la brecha existente entre su condición numérica y el horizonte de un todo inmaculado. Este sentido de incompletitud puede llevar a las mayorías a paroxismos de violencia contra las minorías. Concluye Appadurai que la eliminación de la diferencia misma es la nueva marca distintiva de los actuales narcisismos predatorios.

Estas reflexiones del antropólogo, me parece que pueden ser útiles para entender el sentido de la marcha reciente en el país, más allá de las malas intenciones y falsedades de los organizadores. Nos preguntamos, con preocupación, qué acontece en el país que hay un cúmulo de adherentes, que podrían llegar a construir este sentido de ‘plena adhesión’ de unas mayorías aferradas a formas de vida, de identidad, y de valores culturales decadentes. Frente a nuevas y diversas formas de vida y de construcción de identidades, se sienten amenazados y temerosos.

Pero no es que ellos mismos sientan que sus antiguas formas de vida sean mejores o perfectas. En el fondo lo que ocurre, como dice Appadurai, es que hay un sentido de incompletitud porque precisamente ahora se evidencia una brecha entre esas formas -supuestamente ideales- de familia y de construcción heteronormativa- y la realidad, que se muestra en toda su desnudez, por los altos niveles de violencia evidenciados en femicidios, violaciones a menores, maltratos, suicidios adolescentes.

Entonces, el todo inmaculado no existe, nunca existió; porque siempre vivimos plagados de exclusiones, ausencia de reconocimiento y violencias. Y, precisamente, cuando salen a flote estas violencias silenciadas, cuando se trata de prevenir la violencia instaurada contra las mujeres y la población GLBTI, paradójicamente, estos grupos se manifiestan mostrando vergonzosamente lo que Appadurai llama un narcisismo predatorio, una patología social que se expresa en una necesidad excesiva de admiración, que busca una reafirmación debido a su escasa autoestima. Pero esto no es tan inocente, detrás hay niveles de agresividad y violencia latentes.

Así, Freud también afirma, refiriéndose a este narcisismo colectivo: “Es posible reunir a un considerable número de gente en amor mutuo, siempre que haya otra gente dejada fuera para recibir las manifestaciones de su agresividad”. (O)

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