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El Telégrafo
Eduardo Jurado

La mano invisible

15 de diciembre de 2017 - 00:00

Adam Smith, en La Riqueza de las Naciones, formuló la metáfora de la mano invisible para describir el fenómeno natural autorregulador del libre mercado en el que la competencia juega un papel básico y fundamental en la actividad económica. Cuanto menos control político o gubernamental exista, más fácilmente compradores y vendedores encontrarán sus caminos y buscarán su máximo bienestar. 

La mano invisible supone que es posible estimular o frenar a los individuos a producir o no, según el nivel de precios existente en el mercado. Es decir, los precios y ganancias son en sí mismos, suficiente indicativo para saber en qué momento entrar o no en el mercado. Las ganancias son un estímulo para producir, mientras que las pérdidas no lo son. Y a partir de un sinnúmero de decisiones individuales es posible obtener el máximo beneficio social.

La mano invisible supone también que los compradores y los vendedores tienen información completa sobre los bienes y los servicios que compran y venden, y que las empresas conocen todas las funciones de producción para producir en sus industrias. Pero la realidad es que en los mercados imperfectos existen asimetrías de información e incentivos para que los agentes exploten y aumenten dichas asimetrías.

En 2001, Joseph Stiglitz, George Akerlof y Michael Spence recibieron el Premio Nobel de Economía por sus análisis de los mercados con información asimétrica, aquellos donde una de las partes que intervienen en una transacción no cuenta con la misma información que la otra. La información asimétrica conduce a un fallo de mercado, que proporciona un resultado económico ineficiente. Cuando el mercado funciona eficientemente las empresas conocen todos los aspectos técnicos relacionados con su industria y los consumidores conocen la cantidad, la calidad y el precio de los productos que ofrece el mercado.

Actuando por su cuenta, los individuos pueden obtener resultados Pareto-eficientes solo en circunstancias ideales, es decir, en las que ninguno puede estar mejor sin empeorar a otro. En este caso, los involucrados deben ser racionales, estar bien informados y actuar en mercados competitivos. Si no hay estas circunstancias ideales, cierta intervención del Estado puede aumentar la eficiencia velando porque exista información completa, veraz y objetiva para asegurar la competencia, y enfocándose en donde las fallas de mercado son más pronunciadas.

La razón para que la metáfora de uno de los mayores exponentes de la economía clásica a menudo nos parezca invisible es que no está allí donde se supone que debería estar. (O)

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