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El Telégrafo
Werner Vásquez Von Schoettler

La izquierda posible

24 de octubre de 2016 - 00:00

La posibilidad de una izquierda realizable ha sido casi una imposibilidad política, casi. Los mayores males que carga en su tradición han sido el dogmatismo, así como la dificultad de asumir una conducta pragmática cuando la historia lo exige. Necesitamos, siempre, que la izquierda sea posible. No necesitamos una izquierda encerrada en sí misma. Que viva más en sus ensoñaciones que en la cruda realidad. No necesitamos una izquierda del amarre, de puestitos y cargos. Peor aún una izquierda encerrada en cuatro conceptos radicales que se desvanecen al primer tremor electoral. Necesitamos unas izquierdas reflexivas, radicales, profundamente críticas; menos personalistas, más orgánicas, pero que la organicidad no sea ver al siglo XIX, sino al XXI. Una izquierda que no le tema pensar en términos de clases sociales, que no le tema al pensar en general. Que no le asuste la lucha social. Que la misma no se reduzca a panfleto ni heroísmo. Que le guste un poco más el anonimato que el show mediático, la farándula, el tuit heroico. Que piense una y mil veces antes de decir ‘poder popular’, ya que a veces es la fórmula perfecta para no decir nada; la vía rápida para escapar al examen estructural de la participación. Una izquierda que no ideologice las ciencias sociales a cambio de seguidores, o peor aún que vaya por doquier buscando levantar monumentos a los muertos, buscando apropiarse de nombres y apellidos con bibliotecas incluidas. Una izquierda que se deshaga del conservadurismo; que sea más popular que vanguardista. Que se cimiente más en la razón que en la fe de que todo cambiará. Menos utópica y más atrevida. Que no caiga seducida por el efecto mediático del panel, del foro, de la noticia rápida. El país necesita una izquierda que marche a fondo por todo lado. Y que no se distraiga, casi totalmente, cada dos años por las elecciones. La izquierda necesita así como una infinitud de acción política permanente, también, pausas, no precipitarse. Necesita ser profunda y radical, pero pausada. De las lecciones muy valiosas de la izquierda cristiana, basada en la Teología de la Liberación ha sido el acompañamiento. Siempre estar con la gente. Preocuparse por el Estado ha sido necesario y está hecho. Una izquierda posible sigue siendo una necesidad urgente. Recrear un imaginario del cambio radical es una tarea de innovación conceptual: de estimular el pensamiento, la reflexión; no vivir del apuro; estimular la escritura, el análisis, ¡la lectura! diaria, y a su vez, combatir. No es posible la Batalla de la Ideas si no hay ideas. Y las ideas necesitan praxis, no empirismo. Además de reconocimiento. El militante de izquierda no es devoto ni vive de la caridad. Los líderes populares tienen esa virtud de reconocer y acompañar, y por eso la gente, el pueblo, les devuelve la misma moneda: los reconoce y los acompaña. Una izquierda posible no se devana la cabeza con que es o no el fin de ciclo. Solo hay un camino, seguir cambiando-lo todo. (O)

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