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El Telégrafo
Alí Ramón Rojas Olaya

La estrella del norte

12 de febrero de 2017 - 00:00

El arraigo cultural al colonialismo es de vieja data. El pastuso Agustín Agualongo defendía los intereses virreinales contra Bolívar, Estados Unidos era una deidad para Santander y Florentino González. Hay una Colombia grande y una diminuta. La primera es creada por el Libertador en Angostura el 17 de diciembre de 1819 como unión venezolana, neogranadina y quiteña. Bolívar la llamó ‘República de Colombia’ y existió hasta la muerte física del Libertador. Es esta la de Girardot y Ricaurte, inmolados en suelo venezolano por la libertad de todo un continente. Es la de Antonio Nariño, Rafael Uribe Uribe, Jorge Eliécer Gaitán, Piedad Córdoba, Bárbara Forero, Policarpa Salavarrieta, Orlando Fals Borda, René Vega Cantor, Ramón Martínez, Antonio Castro Avellaneda. Es la de Simón Rodríguez, quien sabía que “la sabiduría de la Europa y la prosperidad de Estados Unidos son dos enemigos de la libertad de pensar en América”.

La segunda, culturalmente antibolivariana, está anclada al virreinato de la Nueva Granada. Tiene en el minúsculo Francisco de Paula Santander (1792-1840) su mayor exponente. El 13 de junio de 1826, el presidente de Colombia, el Libertador Simón Bolívar, le recomienda “tener la mayor vigilancia sobre estos [norte] americanos que frecuentan las costas” porque “son capaces de vender a Colombia por un real”. El 17 de diciembre de 2014 el historiador colombiano William Hernández Ospino sentencia que “Santander en Washington planea con el alto Gobierno de Estados Unidos un complot para desaparecer finalmente a Simón Bolívar del escenario político”.

Esta diminuta Colombia es la de los apellidos de abolengo, como es el caso de los Lleras. El vicepresidente colombiano Germán Vargas Lleras forma parte de esta. Su abuelo Carlos Lleras Restrepo fue uno de los presidentes del Frente Nacional (1958-1974), pacto bipartidista entre liberales y conservadores, que consistió en gobernar Colombia en forma alternada y sucesiva sin que esto generara oposición alguna. Esta alianza imposibilitaba la llegada al palacio de Nariño y al congreso de terceros actores. Alberto Lleras Camargo (1958-1962), Guillermo León Valencia (1962-1966), Carlos Lleras Restrepo (1966-1970) y Misael Pastrana Borrero (1970-1974) pusieron en marcha complejas dinámicas gubernamentales: neutralizar al Partido Comunista, generar el paramilitarismo y entregarse el monroísmo, tal y como lo expresa el canciller Julio César Turbay en 1959: “Estados Unidos tiene la doble condición de ser nuestro más grande y poderoso vecino y la primera potencia económica, científica y militar de los tiempos modernos. Nos movemos en la misma órbita y con ellos compartimos nosotros en la pequeña porción que corresponde a nuestras reducidas y limitadas capacidades la defensa de la civilización occidental”.

No era la primera vez que un funcionario lamía las botas gringas. En 1858 el periodista y político Florentino González Vargas (1805-1874) consideraba ideal “ser parte de la Unión Americana”, porque “los Estados Granadinos se hallarían en la misma condición que los Estados de Nueva York, Pensilvania y los demás de la Confederación” ya que “gozarían de la protección que en el exterior puede darles el poder de aquel gran pueblo, y conservarían su gobierno propio y los medios de mejorar su condición interior, sin los riesgos de esas incursiones vandálicas de que ahora estamos amenazados”. Para él “perderíamos una nacionalidad nominal para adquirir una real, potente y considerada por todos los pueblos”, así “nuestra raza se mezclaría gradualmente con la raza anglosajona”. Florentino González y Mariano Ospina Rodríguez (1895-1885) eran fieles seguidores de la doctrina capitalista del laissez faire que se traduce en libre mercado, bajos o nulos impuestos, explotación del hombre por el hombre y mínima intervención de los gobiernos.

Durante el gobierno de Marco Fidel Suárez (1918-1921) se desarrolló la Doctrina Suárez, cuyo lema ‘Réspice polum’ (mirar hacia la estrella del norte), indica su reptilismo: “El norte de nuestra política exterior debe estar allá, en esa poderosa nación, que más que ninguna otra ejerce atracción respecto de los pueblos de América”.

En noviembre de 1928 el presidente Miguel Abadía Méndez (1867-1947) recibe una llamada de Washington en la que su amo Calvin Coolidge seguramente le dijo: ¡Invadiré Colombia con el Cuerpo de Marines si tú no proteges los intereses de la United Fruit Company de mis amigos John Foster y Allen Dulles! El diminuto y obediente neogranadino probablemente le respondió: ¡Disculpe usted, mi amo, inmediatamente pondré fin a la huelga de los obreros y si siguen molestando los mando a masacrar! Entre el 5 y 6 de diciembre de 1828 eran exterminados miles de trabajadores en el municipio de Ciénaga, en Magdalena, cerca de Santa Marta.

Gabriel García Márquez recogería este triste episodio en Cien años de soledad: “Tratando de fugarse de la pesadilla, José Arcadio Segundo se arrastró de un vagón a otro, en la dirección en que avanzaba el tren, y en los relámpagos que estallaban por entre los listones de madera al pasar por los pueblos dormidos veía los muertos hombres, los muertos mujeres, los muertos niños, que iban a ser arrojados al mar como el banano de rechazo”. Al año siguiente el microscópico Miguel Abadía Méndez postra a Colombia ante Estados Unidos para que el gigante de siete leguas planifique la defensa del Canal de Panamá, país que era parte de Colombia en 1903 cuando el minúsculo José Manuel Marroquín (1827-1908) se la ‘obsequió’ a su amo Theodore Roosevelt.

El minúsculo Mariano Ospina Pérez (1891-1976) en 1948 pone a Colombia en posición genuflexa y autoriza misiones de entrenamiento del Ejército y la Aviación de Estados Unidos. Al año siguiente, este nieto de Mariano Ospina Rodríguez firma en Bogotá el Pacto de Asistencia y Asesoría Militar con los gringos para dotar de armamento a sus militares súbditos. Para este momento el réspice polum es “una visión ideológica del papel de Colombia en el mundo. Un férreo anticomunismo y una identificación sin matices con Estados Unidos”, como lo señala Juan Gabriel Tokatlian.

La Colombia del diminuto vicepresidente Germán Vargas Lleras que le niega viviendas a los venecos, sabe que en Colombia residen 97.000 venezolanos (0,32%), mientras que 6 millones de colombianos viven en Venezuela (12%). También sabe que 18 millones de colombianos que viven en los departamentos de la Guajira, Cesar, Norte de Santander, Arauca, Vichada y Guainía (36%) dependen del Estado venezolano porque Colombia está más interesada en los once tratados del libre comercio con Estados Unidos que velar por su pueblo. Su molestia es mayúscula porque el presidente Hugo Chávez, cuando visitó el barrio La Lucha, en Santa Marta, en agosto de 2010, hizo lo que ningún presidente colombiano ha hecho: romper el protocolo al bajarse del carro para abrazar al pueblo, dialogar con el pueblo. En sus palabras hay grandeza: “Santa Marta, tierra sagrada, ¡este es el espíritu de Bolívar que está vivo!”. Estados Unidos es enemigo de Bolívar. Su cuerpo diplomático en Bogotá y Lima organizó magnicidios y saboteos económicos con la ayuda de minúsculos hombres como Santander. Colombia venera a Estados Unidos.

Esta idolatría por la estrella del norte Gabriel García Márquez la muestra en Cien años de soledad cuando escribió: “De acuerdo con los cálculos de José Arcadio Buendía, la única posibilidad de contacto con la civilización era la ruta del norte”. (O)

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