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Melania Mora Witt

La encrucijada española

01 de octubre de 2016 - 00:00

La comprobación in situ de lo que ocurre en un país difiere de lo que leemos a distancia. La percepción de que España se encuentra en un laberinto se refuerza al constatar las dificultades para la formación de un gobierno -objetivo cada vez más complejo- y, con ello, el rumbo de la nación.

Frente al cúmulo de denuncias de corrupción atribuidas mayoritariamente a cuadros del Partido Popular, es difícil entender por qué obtienen la mayoría de votos en las elecciones regionales y nacionales. Igualmente incomprensible resulta la dificultad de entenderse entre los partidos progresistas PSOE y PODEMOS, que deberían ser aliados naturales. Los viejos recelos que en lejanos tiempos impidieron la confluencia de socialdemócratas y comunistas para enfrentar al fascismo parecen repetirse con el estímulo de voces interesadas dentro y fuera de estas agrupaciones.

¿Qué está en juego en las elecciones españolas? ¿Por qué la negativa -hasta ahora irreductible- de los socialistas para allanarse vía abstención, a un nuevo período gubernamental de Rajoy? ¿Son tan fuertes las diferencias -en la teoría y en la práctica- entre los dos grandes partidos tradicionales?

Es evidente que tanto el PP como el PSOE coinciden en muchos puntos: la adhesión a la UE, a la OTAN y en general a las decisiones de Bruselas que suponen en lo fundamental el dominio de las grandes corporaciones financieras y de los monopolios transnacionales.

En suma, el PP y el PSOE son fuerzas que operan dentro del sistema. La alternancia entre ambas es aceptada con beneplácito por sus respectivos dirigentes,  que al turnarse en el poder gozan de los beneficios del statu quo.

Pero la crisis introdujo modificaciones rotundas. Gran parte del electorado -especialmente los más jóvenes- no se siente representada por partidos que no han diferido mayormente en sus prácticas gubernamentales. Por ende, los consideran  responsables de los dramáticos cambios experimentados recientemente: desempleo creciente, pérdida de viviendas y desahucios; disminución de los presupuestos para salud, educación y cultura; encarecimiento de los servicios básicos. Las privatizaciones inciden hasta en el espacio público, ya que todo -veredas, caminos, parques- está privatizado. En pocas palabras, se eliminó el estado de bienestar que, supuestamente, la desaparición del socialismo y el fin de la Guerra Fría aseguraría.

Ante ello se explica la formación de nuevas agrupaciones políticas. El PSOE quiere conservar su liderato y sabe que rendirse ante el PP significa a largo plazo su desaparición como alternativa. Es por esto que Sánchez y su directiva se empeñan en no claudicar frente al aparato encabezado por González y otros ‘barones’ del PSOE, que prefieren aliarse con la derecha antes que con las fuerzas del cambio.

Una vez más España se enfrenta a una encrucijada. Tendrá que decidir entre un nuevo escenario presidido por los sectores de avanzada o mantenerse en la inercia neoliberal impuesta por Bruselas, que conduciría a situaciones límite a su pueblo. (O)

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