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El Telégrafo
Roberto Follari (*)

La derecha y su epistemología política

21 de octubre de 2016 - 00:00

Solo la derecha aduce que ya no existen las ideologías. Solo la derecha hace política pretendiendo no hacerla. Las organizaciones populares no reniegan de lo político: lo asumen y reivindican.

Es cierto que “el día que los pueblos sean libres, la política será una canción”, según adujo un poeta. La política no es un fin en sí misma, sino una mediación necesaria para una vida más plena y feliz de las mayorías sociales. No es en hacer política que la felicidad reside (excepto para algunos muy obsesionados con ella); es en gozar los frutos de la política. Esas sociedades sin una política que posibilite vida mejor para las mayorías, hacen de tales vidas un calvario y un sufrimiento permanentes. En cambio, si la política popular tiene éxito, se encuentran -para todos- posibilidades de mejor existencia personal, familiar, societal.

Así entiende uno a autores ‘poshegemonistas’ como Alberto Moreiras, que nos invita a lo infrapolítico. Allí, en lo estético, lo extático, en la errancia del sentido, habita para pensadores como él lo principal del ser humano. Es cierto, pero no es un gran descubrimiento: ya Nietzsche o Heidegger dijeron bastante al respecto hace un siglo, con ecos posteriores en Derrida.

Pero no estamos en ningún tiempo ‘pospolítico’: la política es la condición de posibilidad de acceso igualitario y masivo a ese tipo de experiencias. Mientras ellas están limitadas a unos pocos en sociedades brutalmente inequitativas, esas experiencias quedan inscritas en una condición que niega lo universal, exigencia decisiva de la ética desde tiempos de Kant.

Las derechas juegan con ese gusto de la población por una vida plena y sin preocupaciones: la política es vista por muchos como obstáculo a esa plenitud. Por eso, sucede lo que se ve en Argentina con el macrismo: la derecha se disimula, hace política diciendo no hacerla. Así, cae bien a muchos; su disfraz es frágil, pero globos amarillos y festivos, presuntos encuentros del presidente con pobladores para charlar, un supuesto gusto presidencial por el baile, tratan de despolitizar su propia política. Se apela a una forma perversa de pretendida ‘pospolítica’, con la cual se ocultan baja de salarios, cesantías, inflación, endeudamiento externo abrupto.

En cambio, toda política popular se ve obligada a reivindicar lo político, a exhibirlo. El estado de cosas ‘naturalizado’ del capitalismo solo puede derrotarse con la acción consciente de la población. Al revés que la derecha: a esta le bastan los empresarios, los servicios de inteligencia, los medios de comunicación hegemónicos, el apoyo judicial y -en instancia no siempre última- la represión. No necesita militantes. Puede renegar de lo político sin minar su base de legitimidad.

Como argumentamos, hay condiciones estructurales desde la cual el disimulo de las derechas se opera. Es el suyo un verdadero ‘efecto epistémico’ de ocultamiento semiautomático de sus propias acciones.

Efecto que hace difícil el trabajo en favor de lo popular. Porque este debe, entonces, producir una denuncia política de la retorcida política que hace el adversario. Y, en ello, aparece más lejos que ese adversario del mundo de lo cotidiano, de lo ‘infrapolítico’, de lo interpersonal no instrumental, de ese espacio de los afectos donde suceden las experiencias que más nos conmueven. (O)

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