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El Telégrafo
Ilitch Verduga Vélez

La década ganada

09 de diciembre de 2016 - 00:00

En contradicción de lo que la higiene mental -individual y social- aconseja, soy de los pocos mortales que lee, escucha y mira, con asiduidad, editoriales y artículos, comentarios en la radio y la televisión que, mezquinos en su fondo y pedestre en su lenguaje, se unen al sesgo de noticias que cotidianamente tenemos que digerir los ciudadanos ecuatorianos. Provenientes de los medios autocalificados de independientes, que con fines intrínsecamente desestabilizadores y hasta sediciosos inundan el convivir nacional y aplican castigos espurios para aquel que se oponga a sus designios y que en el mundo comunicacional se la conoce como la “pena de los periódicos y de los radioinformativos y telediarios”, en otras palabras, el linchamiento mediático, que consiste en crear un estado de opinión que implica impedir el derecho de las personas a la presunción de inocencia. Años atrás, esta práctica nociva surgida de una sola matriz noticiosa asoló a la nación generando la inestabilidad institucional que la marcaron en el cambio de siglo, que propició y ocultó la quiebra bancaria y el éxodo de millones de ecuatorianos a tierras extrañas, muchas veces hostiles, y que en Ecuador se ha atenuado, gracias a la legislación aprobada en 2013, cumpliendo el mandato constitucional de Montecristi y los acuerdos internacionales de DD.HH., como el Pacto de San José.

Empero, estamos en campaña electoral, y la letanía farisaica de opositores al gobierno de Correa es un informe insulso, aparentemente inagotable de impúdicas falacias y desinformación, de todos los tamaños y tonalidades, que se vierte como lodo infecto en estos órganos de prensa y que predispone al lector o la audiencia al acto consciente de dejar el impreso en el cesto o girar la perilla del receptor de radio o el control del televisor, en busca del sueño o de alguna otra tarea constructiva, dependiendo de la hora o las ocupaciones de todos los días. Es importante señalar el dislate conciencial de candidatos en busca de reconocimiento, antes que de votos, capaces de decir las mayores tonterías, con tal de llenar los espacios que les brinda la mediocracia. En esta contienda comicial ya aparecieron los incoherentes fantasmas del pasado, los de la sucretización y el feriado bancario, como postulantes o padrinos. Del mismo modo los que en su momento avergonzaron al país por su incapacidad conductual y desaforada forma de vida. Sin embargo de diatribas e inconfesables ansias de retomar el poder para las oligarquías por postulantes que la encarnan, ninguno muestra un programa coherente con visión del Estado, acorde con los tiempos.

En contraposición, el pueblo ecuatoriano sabe y debe difundir los lauros obtenidos en estos diez años de progreso fundamental, la década ganada, en que paulatinamente se han ido cumpliendo los derechos civiles, económicos, sociales, culturales, individuales y colectivos, necesidades sentidas de nuestra población. Encomiados por organismos del orbe, los enormes avances en materia de salud, educación, seguridad, la construcción de una infraestructura vial y energética inédita en América Latina, han convertido a Ecuador en referente del continente por sus éxitos de edificar gobernabilidad, donde los profesionales del paro y el desastre social tocaron retirada, y cuando los paquetazos de las alzas de gasolina, el transporte, la luz, el agua y el gas pasaron al baúl de los recuerdos. A veces, las cifras, en su sempiterna frialdad, no recogen el pensamiento y sentimiento de unas ejecutorias presidenciales realizadas con profundo amor y manos limpias, por ello consigno solo dos hechos vitales, entre otros: todos los niños asisten a las escuelas, logro reconocido por la Unesco; tenemos energía eléctrica para exportar, cuando antes la comprábamos a los vecinos. (O)

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