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El Telégrafo
Fander Falconí

La cuestión de la clase magistral

14 de diciembre de 2016 - 00:00

Magistral, aparte de su relación con el magisterio y con el título de cuarto nivel, es un adjetivo que puede significar hecho con maestría o dicho para presumir. Precisamente la clase magistral (la clásica lección de la cátedra universitaria) ha tenido sus defensores, que la consideran una muestra de maestría, y hoy tiene sus detractores, que la tildan de presunción retrógrada.

Los defensores dicen que los maestros que la cuestionan son vagos que quieren que los alumnos les hagan su trabajo. Los detractores cuestionan a la clase magistral porque no da espacio para disentir. Y, claro, la universidad debería ser el ensayo de la vida real, que prepare al estudiante en su formación académica, en su proceso de investigación, en su vinculación con la sociedad y también a discutir, aunque uno esté en minoría.

Si la cuestión (del verbo cuestionar) de la clase magistral ha crecido tanto, ¿por qué es mayoritaria esta modalidad, en la cual solo habla el profesor? Un artículo reciente de la BBC (¿Están obsoletas las clases magistrales?) responde: porque se califica a las universidades por la cantidad de investigaciones que hagan y no por la calidad de su enseñanza. Además, es más costosa una sesión de enseñanza creativa que una conferencia. De acuerdo a varios estudios citados en el artículo, los estudiantes retienen solo el 10% de sus clases pocos días después.

Con el avance de la tecnología virtual, se ha demostrado que la eficacia de aprendizaje de la clase magistral es casi igual en la enseñanza presencial o en la enseñanza en línea (y se dice casi, porque el alumno en línea está más atento, así que es mejor en línea).

Si a nivel mundial está sucediendo eso, ¿qué pasa en nuestro país? Me consta que muchas universidades, en particular en los programas de posgrado, buscan nuevos métodos de enseñanza, vinculados con estudios de caso, proyectos creativos o preguntas y respuestas más interactivas, en donde el profesor se convierte en un facilitador de los procesos de enseñanza y en un divulgador de una bibliografía útil. La creatividad, la autocrítica y la pedagogía no deben estar reñidas. Sin embargo, lo usual es la clase magistral.

Además de la conveniencia de los métodos tradicionales de enseñanza-aprendizaje, hay otras aristas en los aspectos pedagógicos. Por ejemplo, el número de estudiantes en un aula. Hablemos de la enseñanza universitaria, en especial en posgrado. Alguien dijo y muchos lo repiten: un aula de maestría debe tener un máximo de 30 alumnos.

¿De dónde aparece esa cifra? Quizá de la enseñanza secundaria. Hasta este comentario no pasa de ser una percepción, porque faltan estudios rigurosos sobre el número de estudiantes máximo en un aula, según el campo disciplinario, y, además, el mismo debate se considera tabú. ¿Quién se atreve a cuestionar al catedrático, a su papel en la clase, a su pedagogía, a la infraestructura del aula, al número de estudiantes? Nadie, porque los llamados a cuestionar la clase magistral son maestros universitarios.

Son juez y parte, como un colegio médico juzgando la mala práctica médica. Vale poner estos temas en la mesa, o mejor dicho en la clase, de discusión. (O)

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