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El Telégrafo
Slavoj Zizek

Columnista invitado

La catástrofe inevitable

28 de septiembre de 2017 - 00:00

Hace una semana me encontré leyendo el libro número 80 de Agatha Christie (penúltimo), Pasajero a Frankfurt, y su actualidad me asombra. El libro -publicado en 1970, con un subtítulo “una extravagancia”- es un fracaso total y se caracterizó a menudo como “confusión incomprensible”; sin embargo, esta confusión no se debe a la senilidad de Christie: sus causas son claramente políticas. Pasajero a Frankfurt es la novela más personal, íntimamente sentida y al mismo tiempo más política de Christie; expresa su confusión personal, su sentimiento de estar totalmente confundida con lo que estaba pasando en el mundo a finales de 1960 -las drogas, la revolución sexual, las protestas estudiantiles, los asesinatos, etc.-, por lo que no es de extrañar que Pasajero a Frankfurt no es una novela de detectives, no hay asesinato, ni lógica ni deducción. Este sentimiento de colapso del mapeo cognitivo elemental, este temor abrumador del caos, se expresa claramente en la introducción de Christie en la novela.

Christie se ve obligada a refugiarse en una loca construcción paranoica como la única manera de introducir cierto orden y significado en la confusión total y el pánico en que se encontraba. Pero, ¿su visión es realmente demasiado loca para ser tomada en serio? ¿No es nuestra era con ‘líderes’ como Donald Trump y Kim Jong-un tan loca como su visión? No es de extrañar que, para recuperar un mínimo mapeo cognitivo, Christie recurra a la Segunda Guerra Mundial, “la última buena guerra”, retraduciendo nuestro lío en sus coordenadas. Lo que se necesita es nada menos que un movimiento antinuclear nuevo y global, una movilización mundial que ejerza presión sobre las potencias nucleares y actúe agresivamente, organizando protestas masivas, boicots, etc. Debe centrarse no solo en Corea del Norte, sino también en las superpotencias que asumen el derecho a monopolizar las armas nucleares. La misma mención pública del uso de armas nucleares debe ser tratada como un delito, y los líderes que muestran públicamente su disposición a poner en peligro a millones de vidas inocentes para proteger su reinado deben ser tratados como los peores criminales. Y más que eso, se necesita un cambio global en nuestra postura, lo que Peter Sloterdijk llama “la domesticación de la cultura animal salvaje”.

Hasta ahora, cada cultura disciplinaba/educaba a sus propios miembros y garantizaba la paz cívica entre ellos bajo el disfraz de poder estatal, pero la relación entre diferentes culturas y Estados estaba permanentemente bajo la sombra de una guerra potencial, cada estado de paz nada más que un armisticio temporal. ¿Corea del Norte de hoy, con su búsqueda despiadada de armas nucleares y cohetes para atacar con ellos objetivos lejanos, no es el ejemplo último de esta lógica de la soberanía incondicional del Estado-nación? Sin embargo, en el momento en que aceptamos plenamente el hecho de que vivimos en una nave espacial Tierra, la tarea que se impone con urgencia es la de civilizar a las civilizaciones mismas, de imponer la solidaridad universal y la cooperación entre todas las comunidades humanas, una tarea tanto más difícil por el continuo aumento de la violencia sectaria religiosa y violencia étnica ‘heroica’ y la disposición para sacrificarse uno (y el mundo) por la causa específica de uno. (O)

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