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El Telégrafo
Jaime Galarza Zavala

Jorge Glas, ¿otro caso Dreyfus?

16 de noviembre de 2017 - 00:00

El 22 de diciembre de 1894, un Consejo de Guerra instalado en París condenó a Alfred Dreyfus, capitán del Ejército francés, a la pena de prisión perpetua que debía pagarla en la Isla del Diablo, parte integrante de la Guayana francesa, a 10 mil kilómetros de su patria. La acusación contra Dreyfus era gravísima: espionaje a favor de Alemania.

El principal acusador era el conde Walsin Esterhazy, comandante de dicho ejército. Como el oficial condenado era de origen judío, esto dio pie para que se desatara una histeria antisemita, según la cual los judíos millonarios le habían comprado al traidor para servir a los enemigos de Francia. Los medios periodísticos hicieron de altavoces de esta demencial histeria antijudía. Esterhazy era aclamado como un héroe.

Las dudas iniciales sobre el debido proceso fueron cobrando fuerza poco a poco. Aparecieron testimonios y documentos que erosionaban la "patriótica condena". Entonces el gran novelista Emilio Zola inició su histórica campaña denunciando los aspectos oscuros del proceso y lo ilegal de la condena. Su voz inclaudicable bramó una y otra vez contra "la prensa inmunda" que cubría de lodo al condenado y aplaudía a los mandos militares y a los jueces autores de la horrenda sentencia. La inteligencia de Francia y los políticos más serios comenzaron a rodear al valeroso escritor y a tomar partido por la revisión del proceso.

De pronto el diario Le Aurore hizo estallar la bomba: el artículo ‘Yo acuso’, de Emilio Zola. Francia fue conmovida. El pueblo se dividió en dos bandos: los ‘patriotas’ y los dreyfusistas. Zola fue acusado de antifrancés y hubo de someterse a 15 audiencias en las que los antisemitas pedían su cabeza. Tuvo que escapar de Francia y refugiarse en Inglaterra... Esterhazy fue llamado a los tribunales. Furibundo, escribió algo que se descubrió y motivó gran escándalo: "Yo no haría daño a un perro, pero mataría con enorme placer a cien mil franceses". Al cabo de más de diez años se anuló la condena y Dreyfus regresó a su patria y fue reivindicado, mientras Emilio Zola moría cubierto de amor y de gloria por toda Francia y Europa.

Hemos recordado esta historia a propósito del proceso que en estos días se ha instaurado contra Jorge Glas, el vicepresidente de la República elegido por millones de ecuatorianos. Guardando la distancia del tiempo y la diferencia de los hechos y los personajes, en este caso se advierten elementos similares: la histeria anticorreísta que envuelve el caso Glas, a quien se pretende cortarle la cabeza para crear las condiciones necesarias para que no retorne jamás Rafael Correa, convertido en satanás por la derecha amiga y encubridora de Odebrecht, la gran maquinaria utilizada por la CIA y las oligarquías del continente. Si hay pruebas plenas contra Glas, que se lo condene sin contemplaciones; si no las hay, que fiscales y jueces respondan ante la verdad y la justicia. (O)

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