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Gobiernos de derecha y su "consumo cuidado"

28 de febrero de 2017 - 00:00

El consumo no es solo una práctica económica es, fundamentalmente, una acción que recrea los lazos sociales y donde se actualizan imaginarios sobre la movilidad social (ascendente o descendente) y el futuro. Se transforma en un territorio central para la política. Los actores políticos luchan por “dar” consumo, por restringirlo o reconducirlo. Al comprar, el ciudadano se encuentra con otros, se mira con respecto a los demás y puede imaginar un futuro inmediato.

En esa imaginación aparecen los cálculos y las expectativas. Todo gobierno, en parte, se sostiene por su capacidad de “ofrecer” futuro, tanto en estabilidad, como en progreso. Cuando ello no sucede, aparecen los problemas. El qué hacer con el consumo se ha vuelto una cuestión nodal, sobre todo, en tiempos posmodernos en los que lo consumido es una dimensión inherente de la construcción de la subjetividad.

El consumo integra, relaciona, dicta lo que se puede lograr y socializar a los ciudadanos en una práctica con gran significatividad social: “No somos lo que consumimos, sino que somos lo que somos (o hacemos) con el consumo”. La subjetividad del habitus, que permite desempeñarse en función de las posibilidades de clase, evidentes en la forma en que se interactúa con el mercado. La globalización ha ampliado el consumo a niveles nunca vistos, tanto en cantidad, como en regeneración del mismo (es un mundo que oscila entre la fragilidad, lo evanescente y la novedad). La circulación de productos y capitales ha modificado todo. Los hombres y mujeres se imaginan acceder a bienes que los inscriban en una trayectoria social. No se consume por consumir, sino por pertenecer a un grupo o destino social.

El consumo es el corazón de cualquier estrategia gubernamental. Pese a lo que se cree mecánicamente, que el neoconservadurismo es un “amigo” del consumo podemos indicar que hay coyunturas en que este, sobre todo en países latinoamericanos, se vuelve un problema. El consumo se convierte en una preocupación si amplía la inflación o cuando impacta ciertas industrias nacionales con poca capacidad de competir con productos importados. Algunos gobiernos neoconservadores, como el del macrismo, han incorporado 2 lecturas al consumo. Una economicista: el exceso de demanda amplia la inflación. Y, otra, moralista: no se puede tener más de lo que realmente uno es. Entre el “enfriamiento” de la economía y la apelación moralista, se establece una estrategia para moderar y reconducir expectativas. Otros gobiernos han optado por “liberar” el consumo y apostar a mantener el mismo nivel de salarios con la introducción de bienes importados más baratos con respecto a la industria local.

Saben que el consumo “presiona” sobre el sistema político y electoral, donde las recetas liberalizadoras pueden impactar en su futuro político inmediato. El “consumo” en sus dimensiones económica y simbólica se mete en todas las campañas electorales y en la construcción de la legitimidad política. A diferencia de los años noventa, con precios de los commodities deprimidos, la primera década del siglo XXI implicó crecimiento en países gobernados por espacios progresistas y conservadores. En estos últimos, ese crecimiento se tradujo en algunas políticas públicas para limitar la pobreza y en otras que impactaron positivamente en el mercado interno. (O)

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