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El Telégrafo
Jorge Núñez Sánchez - Historiador y Escritor

Festejar a Quito

10 de diciembre de 2017 - 00:00

Cada año, a comienzos de diciembre, se reactiva el espíritu festivo de los quiteños, recordando la fundación española de nuestra hermosa capital.

Antes, los españolistas se adueñaban de la urbe y la plaza de toros era el centro de un festejo con toreros, cantantes y bailaores españoles. Ahora, prohibidas por voluntad ciudadana las corridas con muerte del animal, las fiestas han recuperado su espíritu original y hemos vuelto a los bailes populares, la música de bandas y los festivales de pasacalles. Bien por ello.

Pero estas fiestas no dejan de tener un gusto salobre, porque implican un homenaje a Benalcázar y sus matadores de indios, que asentaron la villa española sobre los restos humeantes del Quito original, el de los quitus y los incas, quemado por Rumiñahui como expresión de resistencia al invasor.

Cuando hablo de “matadores de indios” uso una expresión tomada literalmente de un testigo de la conquista española, fray Marcos de Niza, un franciscano que acompañó a la hueste conquistadora y denunció sus numerosos crímenes y crueldades en el actual Ecuador.

Su testimonio fue recogido luego por fray Bartolomé de las Casas en su Brevísima Relación de la Destrucción de las Indias, bajo el subtítulo De los grandes reinos y grandes provincias del Perú. Y constituye una pieza esencial para reconstruir nuestra memoria histórica.

Cinco siglos después de aquellos hechos, tenemos motivos suficientes para festejar a nuestra bella ciudad, consagrada Patrimonio Cultural de la Humanidad. Pero entre ellos no me agrada la tal “fundación española”, sino que prefiero otros: su temprana y reiterada rebeldía contra el poder colonial, su cultura urbana resultante de muchos mestizajes y su luminosa identidad libertaria.

¡Viva Quito!, pero no la de Benalcázar, sino la de Atahualpa, Moreno de Bellido, Eugenio Espejo y Juan de Dios Morales. No la de los matadores de indios, sino la de los primeros libertadores de nuestra América. ¡Esa es la ciudad que amo y que me enorgullece de ser quiteño! (O)

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