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El Telégrafo
Gustavo Pérez Ramírez

Federico González Suárez (1844-1917), reconocido personaje emblemático

18 de julio de 2017 - 00:00

Se cumple en diciembre el primer centenario de la muerte del muy ilustre arzobispo de Quito, monseñor Federico González Suárez. Para ir ambientando tan importante efeméride, publicaré algunas facetas de su vida, basado en sus Memorias íntimas y otros de sus escritos.

Destaco que es uno de los más egregios historiadores ecuatorianos. El 24 de julio de 1909 fundó la Sociedad Ecuatoriana de Estudios Históricos Americanos, que a su vez, por decreto legislativo de 1920, el H. Congreso Nacional, haciendo merecida justicia a la fecunda y patriótica labor de la Sociedad, tuvo a bien reconocerla en el alto carácter de Academia Nacional de Historia.

Desde niño sintió vehemente inclinación a los estudios históricos, gracias a su afición a la lectura, que fue una egregia cualidad o destreza con la que brilló, a la vez como escritor y orador. A los 15 años ya había leído la Historia de Quito del padre Juan Velasco, a quien reconoce que despertó en él la afición a los estudios históricos. También había leído Comentarios Reales del Inca Garcilaso de la Vega, y la Historia Universal de César Cantú. Después leyó Filosofía de la Historia, y se dedicó a “llenar vacíos en lo escrito por Pedro Fermín Cevallos”, pero encontró discrepancias y comenzó a estudiar por sí mismo la historia de Ecuador, con tesón y paciencia, al igual que las ciencias auxiliares de la historia. La lectura lo llevó a formar su criterio histórico.

Primero tuvo que superar su formación memorista, aprendida en la escuela pública del convento de Santo Domingo, donde se memorizaba el libro de Balmes, La religión demostrada al alcance de los niños. Se comprende que siendo hijo único y huérfano, su descanso fuera la lectura, en medio de una vida triste, aislada, melancólica, pobrísima y llena de privaciones.

Su obra más relevante fue la Historia General de la República del Ecuador, en siete tomos, en la Imprenta del Clero, nueve en la Colección Clásicos Ariel, más un Atlas Arqueológico.

Un hecho muy significativo para su vocación de historiógrafo fue el nombramiento de secretario, que en 1883 le hiciera el arzobispo de Quito, Ignacio Ordóñez, quien lo llevó a Roma a la visita Ad Limina Apostolorum, pues de regreso lo autorizó a quedarse en España, a trabajar en los archivos de Alcalá de Henares, Simancas y en el General de Indias de Sevilla, donde recopiló documentación durante casi dos años, trabajando cinco horas diarias, hecho que aquilató su  obra histórica, en un país donde el patrimonio historiográfico se encontraba principalmente en Bogotá y España.

Los documentos de la Real Audiencia de Quito eran enviados oficialmente al Virreinato de Santa fe, y a España, y posteriormente, el presidente Vicente Rocafuerte envió un arsenal de documentos al historiador colombiano José Manuel Restrepo. Entre 1904-1911 se inició el rescate del patrimonio historiográfico, gracias al Gral. Julio Andrade, ministro plenipotenciario de Ecuador en Bogotá, de quien Mons. González publicó palabras de encomio.

Toda su vida fue de  pobreza, austeridad, trabajo y lucha al servicio de los demás, con gran amor por la patria. Para él, “lo primero era la patria”. (O)

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