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El Telégrafo
Lucrecia Maldonado

Farándula y política

07 de diciembre de 2016 - 00:00

Como el fútbol, o más que él, la política es un juego en donde se trata de ganar. Y en ese empeño de ganar, en la política, aunque aparentemente existen reglas y árbitros, generalmente también se inventan las artimañas para pasarse por el forro estas regulaciones. Uno de los recursos que utilizan los partidos políticos para obtener votos es postular a personas relacionadas con los deportes o la farándula. Se piensa, supuestamente, que estas figuras, al ser queridas y admiradas por el público, van a atraer votos para todo el movimiento o partido. Sin embargo, todo en la vida tiene su versión sombría. Y ante estas elecciones surgen algunas preguntas.

La primera pregunta es: ¿cuán preparados están los cantantes, artistas, cómicos, futbolistas, etc., para ser asambleístas, concejales, consejeros, ministros? Por ejemplo, ¿hasta qué punto puede un poeta ser un buen ministro de Cultura? La poesía es un arte del interior del ser humano, una visión del alma. ¿Puede esa misma sensibilidad manejar decretos, regulaciones, presupuestos… si no va acompañada por una sólida preparación en administración pública, en temas financieros, en recursos humanos y de otro tipo? O por poner otro ejemplo: ¿hasta qué punto un cantante o presentador de televisión puede desempeñar un buen papel como asambleísta? ¿Es suficiente con el carisma, la simpatía (a veces colindante con la chabacanería y la procacidad) para enfrentar todo lo que la función pública exige de sus funcionarios? Muchas veces, los famosos en la Asamblea Nacional se dedican a guardar un prudente silencio que contrasta enormemente con su desparpajo televisivo. En otras ocasiones, servirán solamente para ‘hacer número’ en caso de una votación. Y lamentablemente, en otras, su desenvoltura les servirá para formar parte de los escándalos legislativos. La idea no es oponerse per se a la presencia de famosos de la farándula o el deporte en la vida pública e institucional de un país, pero no es la habilidad musical o de cualquier otro arte, ni la simpatía o el desparpajo lo que se necesita para desempeñarse bien en estos cargos. A más de sus habilidades artísticas o deportivas, un funcionario, del tipo que sea, debe tener una formación en este campo, y la idea sería que demuestre esa formación antes de postularse para una elección, y no después. ¿Qué se conoce del funcionamiento del estamento al que se aspira? ¿Cómo se manejaría en un conflicto dentro de esa institución? ¿Tiene una formación, más allá de su formación artística o deportiva, que lo habilite para ser un ente propositivo y proactivo dentro del cargo al que aspira? Todas estas preguntas deberían hacerse los famosos que aspiran a cargos públicos… y responderlas, claro. (O)

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