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Padre Pedro Pierre

Extremadamente humano

12 de abril de 2017 - 00:00

Tanto se nos ha hablado a los cristianos de Jesús como Dios, Señor de los Señores, Rey de los Reyes, Hijo de Dios, segunda Persona de la Trinidad que hemos despreciado su humanidad, su vida terrestre, y hemos olvidado de darles importancia a las cosas de la vida cotidiana y social. ¿No hará descubrir esta Semana Santa a un Jesús humano, tan humano que nos sorprende y nos saca de nuestras seguridades? ¿O continuaremos con nuestras devociones piadosas que nos alejan de su mensaje, de su ejemplo y de su seguimiento? Jesús fue tan extremadamente humano que no murió sino que fue asesinado.

Como tantos pobres de nuestro país, Jesús nació en un pueblo desconocido de Palestina, en la región marginal y marginada de Galilea. Sus padres, una tal María desposada de antemano a un tal José, eran ama de casa y carpintero. Para ganarse la vida tuvo que continuar el oficio aprendido en casa hasta que a los 30 años sintió el llamado de hacer por sus paisanos tan explotados por los hacendados, la tropa invasora romana y los sacerdotes del templo de Jerusalén.

Continuó la predicación de su primo Juan Bautista que bautizaba invitando a regresar al Dios del Éxodo y a vivir en la justicia y la fraternidad. Pero cambió su discurso y se hizo profeta itinerante, proclamando un Reino que iba naciendo desde el compartir entre pobres, a un Dios Padre misericordioso. Curaba los enfermos, los ciegos, los sordos, los mudos, los duros de corazón. Multiplicó los panes y los peces para que aprendieran a compartir, desconfiando del dinero que, decía, es el peor de los tiranos. Resucitó para que entendieran que la fraternidad no tiene límite ni frontera. Dio a comprender que el templo, los sacerdotes, los sacrificios, los cultos sagrados no eran necesarios. Proclamó que lo único absoluto era la construcción del Reino, o sea, la fraternidad universal, que eso debía ser la única misión de sus seguidores y que el único culto que le agradaba a Dios era ser comunidades fraternales que construyen la solidaridad de los pueblos, aunque nos cueste la vida.

Por eso lo mataron, y no porque un dios mal inventado lo hubiera querido así, sino porque impedía a los pelucones y autoridades religiosas y militares de su tiempo de gozar de todos los privilegios habidos y por haber a costa del empobrecimiento, la explotación y la muerte de los pobres.

¿Es el Domingo de Ramos la marcha de los excluidos que se reconocen los constructores de un Reino de fraternidad? ¿Es la Cena del Jueves santo, con el lavado de los pies, el signo del servicio máximo del compartir equitativo de nuestras comunidades cristianas? ¿Es la Cruz del Viernes santo la celebración de todos los asesinados injustamente por construir una sociedad más justa, participativa y solidaria, porque, como Jesús, son de los que nunca mueren? Si así es, seremos millones el Domingo de resurrección a celebrar en vida el triunfo de nuestros sueños hechos realidad en un Reino comenzado hace 2000 años por un pobre campesino de Nazaret, extremadamente humano. (O)

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